Adara creía que era un animal herido cuando recogió esa piel de entre las rocas. Después pensó que unos cazadores de focas habían escondido su botín para llevárselo más tarde y estuvo a punto de soltarla. Pero la piel estaba sorprendentemente limpia, sin ningún rastro de sangre, ni reciente ni seca.
Algo le decía que era mejor que se la llevase a casa y la cuidase. Luego podía poner un anuncio cerca de la playa por si alguien la estaba buscando. La acaricia distraídamente mientras piensa donde guardársela durante el camino a casa. No quiere que haya ninguna posibilidad de perderla. Por un momento se distrae pensando en lo suave que es. Ni el mejor terciopelo que estuvo mirando para un encargo era tan suave como ese pelo corto y fino.
Al final, saca todas las conchas y cristales de mar de la bolsa de tela donde los ha ido guardando, dobla con cuidado la piel de foca y vuelve a echar una a una las conchas encima mientras tararea la última canción que se le ha metido en la cabeza.
De camino a casa se va parando en todos los escaparates que le llaman la atención, algunos porque les han cambiado la disposición de la semana pasada y otros porque simplemente le gusta lo poco del interior que se ve. También se distrae buscando los pajaritos que tararean y encontrando formas en las pocas nubes que ese día cubren el cielo.
Cuando pasa por delante de la mercería donde compra la mayoría de los materiales para sus joyas revisa el móvil para ver si se le ha acabado algo. Igualmente entra, por si han traído una cadena nueva u otra pasamanería que haga que se le ocurra un nuevo diseño. Y, como si lo hubiera adivinado, hay cosas que hacen que su imaginación vaya a mil revoluciones por segundo. Pide unas muestras y luego va a una cafetería cerca de su casa. Siempre se ha concentrado mejor allí.
En cuanto tiene su pedido saca el cuaderno donde dibuja todos los diseños y los lápices. Casi está terminando el primer boceto cuando una voz tímida la interrumpe.
—Buenos días. ¿Puedo sentarme aquí?
Adara parpadea, saliendo del mundo de grafito y papel en el que se había perdido y mira hacia arriba. Una chica pálida y con el pelo marrón claro la está mirando pacientemente. Adara se queda embobada un momento con las ondas de la chica, como si la moda esa de las beach waves se hubiera llevado a una perfecta imperfección. Ladea la cabeza, recordando que la han hecho una pregunta.
—Claro —responde. La chica se sienta como si no hubiera sido una interacción extraña y Adara no hubiera tardado en contestar más segundos de los que se considera normal.
Adara vuelve a mirarla, curiosa. Es una chica más o menos de su edad, con la piel más clara y lisa que ha visto nunca. Tiene un pequeño lunar debajo del ojo izquierdo que parece casar perfectamente con sus rasgos. Es la chica más guapa que ha visto nunca, aunque la parece un poco triste más allá de la pequeña sonrisa que adorna sus labios. Tiene los ojos tan oscuros que Adara juraría que son negros.
—¿Qué estás dibujando? —pregunta la chica.
Adara se muerde el labio. Seguro que ha estado tanto rato mirándola fijamente que ha sido raro. Baja los ojos al papel antes de contestar.
—Joyas —sonríe. Le encanta hablar de lo que hace aunque siempre acabe yéndose por las ramas. —Bajo al menos una vez a la semana a la playa a recoger conchas y cristales para hacer pendientes, pulseras y collares —se lleva una mano al cuello, donde lleva un collar con cinco conchas, dos anaranjadas, la del centro blanca y las otras dos rosadas. —También cuando me lo encargan hago broches para la ropa o para el pelo. Y en la mercería de un poco más abajo tienen un montón de cosas chulísimas para hacer juegos de joyería, y acabo de pasar por ahí y tenían cosas nuevas, así que estaba haciendo nuevos diseños porque lo que han traído era muy bonito y necesitaba hacer algo con ello.
—Dibujas muy bien, y parece que expresas perfectamente lo que tienes en la cabeza —comenta la chica. —Lo siento, no me he presentado, soy Maris.
Extiende la mano por encima de la mesa.
—Adara —contesta estrechándosela. —¿Te gustaría modelar con mis joyas para las fotos de la tienda? Eres muy guapa, creo que te quedarían genial. No te puedo pagar mucho pero…
Maris se queda un segundo parada con los ojos muy abiertos. Luego abre la boca y la vuelve a cerrar antes de que salga nada por ella. Vuelve a intentarlo y a la tercera consigue hablar.
—En realidad no tengo sitio donde quedarme, acabo de llegar a la ciudad y todavía no conozco nada ni a nadie. Puedo hacer las tareas de casa a cambio. Se me dan muy bien.
—Bueno —dice Adara despacio, —si hacemos las tareas de casa entre las dos terminaremos antes que si las hace una persona sola. —se queda en silencio unos segundos— No tengo una habitación extra en mi casa pero si no te importa dormir en el sofá o compartir cama te puedes quedar.
Maris vuelve a mirarla en silencio, desconcertada.
—¿Vas… a meter en tu casa a una persona que no conoces de nada? ¿No crees que pueda ser una mala persona que quiera aprovecharse de ti? ¿Conoces lo que significa la precaución? ¿La desconfianza?
Adara ladea la cabeza y parpadea lentamente con aire inocente.
—Si te preocupas así por mí no creo que seas mala persona. Y no tengo mucho de lo que alguien se pueda aprovechar.
Maris se deja caer contra el respaldo de la silla. No se ha dado cuenta de cuando se ha inclinado tanto sobre la mesa que casi mete el pelo en la taza de té. No puede creerse la inocencia de la chica que tiene delante suya. Nunca ha visto nada igual. Y le gusta, vaya que si le gusta. Ese aire despistado la hace adorable e irresistible.
Pasan unos segundos de silencio y cuando parece que su nueva compañía no va a añadir nada más, Adara vuelve a fijar la vista en el diseño a medio dibujar. Con eso Maris entiende que no hay más que hablar hasta que suelte el lápiz un par de horas después.
Deja el lápiz sobre el cuaderno despacio y luego parpadea, como si se estuviese despertando de una siesta larga y no supiera donde se encuentra. Se queda largos segundos mirando los trazos de grafito sobre el papel con los ojos desenfocados, sin verlos realmente.
Vuelve a parpadear y ya a una velocidad un poco más normal alcanza el estuche donde mete los lápices y la goma maleable. Hasta que no cierra el cuaderno y lo guarda en su mochilita no sale del todo de ese trance en el que había entrado.
—¿Podemos pasar por la mercería otra vez antes de ir a casa? Me gustaría comprar al menos para hacer un juego de cada diseño y ver si queda como me he imaginado.
—Claro —asiente Maris como si de verdad tuviese otra opción.
***
La sigue un paso por detrás todo el camino, mirando atentamente cualquier gesto que le pueda indicar si necesita ayuda o si tiene que hacer algo. Adara va a su aire, mirando las nubes y tarareando alguna cancioncilla que no reconoce.
Cuando se queda parada unos segundos delante de una puerta, Maris contiene la respiración. ¡Ella tendría que estar ayudando! Una parte de ella sabe que es imposible, que no tiene lógica, se acaban de conocer, ¿cómo va a saber donde puede haber dejado las llaves? Pero la otra parte hace que le empiecen a sudar las palmas de las manos, diciendo que de esa manera nunca va a ser una buena esposa.
Adara se palpa los bolsillos del vestido, los de la rebeca, mete la mano en la totebag donde lleva las conchas. Luego abre la boca en una “O” como si se hubiera acordado de dónde las puso y rebusca en el bolsillo más pequeño de la mochila. Saca las llaves con un gesto triunfal y abre la puerta de su casa.
—Bienvenida a mi humilde morada —dice con una sonrisa abriendo los brazos antes de cruzar el umbral. —Por cierto —continúa mientras empieza a dejar las cosas encima de una mesa, —me he dado cuenta de que me ibas siguiendo un par de pasos por detrás. ¿Por qué?
Maris se queda helada un segundo. Nunca le han hecho esa pregunta, siempre ha sido lo que tenía que hacer.
—Es… ¿el lugar de la esposa? —dice insegura, —es irrespetuoso ir al mismo nivel que el marido. —Se calla un segundo. —Aunque tú no eres un hombre —termina confusa por no saber cómo debería actuar.
Adara se gira para mirarla y frunce el ceño.
—¿De qué siglo has salido? Puede que todavía nos falte mucho camino para la igualdad real pero eso hace mucho que ya no es así.
Maris se queda callada, sin saber que contestar. No le habían dicho nada de eso. ¿Cómo es posible que no le hayan contado nada? ¿De verdad la han mandado a la superficie sin ningún tipo de conocimiento real? Adara se la queda mirando unos segundos más con el ceño fruncido, como si hubiera un puzzle a resolver dentro de ella, pero rápido vuelve a su gesto despistado de antes.
Hace un ademán para que entre mientras deja las cosas en cualquier lado. Maris se fija en el pequeño salón que se abre desde la entrada. No se puede decir que esté ordenado, hay demasiadas cosas encima de cualquier superficie para ello, pero tampoco se puede decir que esté desordenado. Parece un caos cuidadosamente creado.
Adara señala una puerta en la que Maris todavía no se había fijado.
—Esa da a la cocina, —señala otra puerta— esa da al baño, —otra puerta— esa al taller —otra puerta— y esa a mi habitación. Esa es toda mi casa, no hay oportunidad de perderse —suelta una risa suave y cantarina que a Maris le provoca un escalofrío agradable. Nunca antes le había pasado.
***
La primera semana pasa tan tranquila y agradable que Maris se sorprende cuando Adara dice que tienen que bajar otra vez a la playa.
Una vez que la chica le enseñó cómo hacía ella algunas cosas, enseguida crearon juntas una rutina en la que fue tremendamente fácil caer. La limpieza y la cocina nunca se le habían hecho tan amenas como con Adara, que ponía su lista de reproducción por el altavoz y la enseñaba las canciones que sonaban mientras limpiaban. Cocinar era divertido y había descubierto un montón de comidas nuevas. En ningún momento había sentido la necesidad abrumadora de buscar.
Después de un par de noches en el sofá había empezado a dormir en la cama con Adara. No tener dolor de cuello bien valían los nervios cada vez que la veía meterse en la cama y acurrucarse contra ella.
Ese día hacía tanto viento en la playa que casi no se escuchan incluso estando cerca. La cara de Adara y el vacío de la bolsa le decían a Maris que no había sido la jornada más productiva y eso la hace estar incómoda. No sabe cómo ayudar, no puede hacer nada.
A la vuelta, y con la excusa de entrar en calor, Adara dice de entrar en la cafetería en la que se conocieron. Una vez les han servido el chocolate caliente que habían pedido, Adara se lleva la taza a los labios.
—Parece una cita —murmura con una sonrisa traviesa antes de beber.
Esas tres palabras aflojan el nudo que Maris siente en el estómago y hacen que devuelva una sonrisa involuntaria.
—Estás trabajando, debería ser yo la que limpie y haga la comida. Sé que te han entrado muchos pedidos nuevos.
Maris insiste de vez en cuando a pesar de que Adara siempre contesta lo mismo.
—Tú también estás trabajando, me ayudas con los pedidos y modelas mis joyas para las fotos. Además, me sirve para despejarme. Y haciéndolo juntas terminamos más rápido.
Pero entonces no seré una buena esposa, quiere gritar Maris. No quiero irme de aquí, déjame ser una buena esposa. Pero no dice nada más y simplemente se deja arrullar por los ya familiares ruidos de la cocina mientras hacen la comida.
—Desde que estás aquí la comida está más buena, ¿sabes? —murmura Adara con voz suave y una sonrisa que a Maris le hace cosquillas. —Antes se me acababa quemando muchas veces la comida porque se me ocurrían nuevas ideas o me ponía a pensar en cualquier cosa, pero como ahora estás aquí, ya no se quema nada porque siempre lo sacas en el momento justo.
Adara la está mirando de una manera que Maris no termina de saber catalogar y poner nombre. Solo es consciente de que nunca la habían mirado así antes. Y quiere ahogarse en esos ojos y estar ahí a salvo para siempre.
***
La siguiente vez que tienen que bajar a la playa hace mucho sol y no corre ni una brizna de aire. Adara lleva una pamela casi más grande que ella y un vestido vaporoso de un azul muy clarito con nubes que Maris está segura que a nadie le quedaría tan bien como a ella. Parece una nubecilla ella misma por como va bailando en la orilla jugando con las olas.
Maris aprovecha uno de tantos momentos de distracción de su compañera para meterse en el agua y nadar un rato. Nunca había podido nadar así, y aunque se siente extraño, no se encuentra echando de menos lo otro. Bajar tantas veces a la playa, poder meter los pies e incluso poder bañarse calman mucho más de lo que creía esa nostalgia del mar. Tiene la certeza que con la rutina de Adara, podría vivir muchos años así.
***
—Oye, Adara —Maris titubea un segundo antes de continuar porque de verdad, de verdad que no sabe cómo decir lo que tiene en mente.
Adara para la serie que estaban viendo, se gira hacia ella en el sofá y ladea la cabeza. Ha debido notar el tono serio e indeciso de su compañera.
—A mi, eemm, ¿me contaron? que para ser una buena esposa, esto… teníaquedarlesexoamimarido -coge aire después de decir la frase y lo contiene, esperando la respuesta de Adara. Como no dice nada, empieza a divagar, nerviosa. —Quiero ser una buena esposa para ti porque así no querrás echarme, pero no me dejas limpiar ni hacer la comida mientras trabajas, asique había pensado que podrías querer hacer e-eso y…
—¿Y si a mi no me gustase la idea de tener sexo? —pregunta Adara con voz tranquila.
Ese comentario deja a Maris boqueando, sin saber que decir. Nunca le había pasado eso, los hombres con los que había estado siempre le habían exigido esa parte, aún cuando a ella no le apetecía ni interesaba.
—No… ¿no te gusta? —pregunta con un hilo de voz.
—Oh no, me encanta hacerlo con quién amo pero no lo voy a hacer contigo si para ti es una obligación.
Adara ha contestado con un descaro tan poco habitual en ella que Maris siente como se le enciende el rostro.
—De todas formas, ya has dicho varias veces eso de ser una buena esposa —pese al tono suave y distraído de Adara, Maris tiene la certeza de que esta vez no lo va a dejar pasar.
La morena abre la boca varias veces hasta que consigue que salgan algunas palabras de ella.
—Hay… leyendas —hace una mueca, deseando que hubiese otra palabra para describir su realidad— que son reales. La de las selkies por ejemplo.
Y solo eso parece ser suficiente para que Adara comprenda porque sus ojos se abren como platos y sus labios se separan ligeramente. Maris ya había visto su cara de sorpresa antes pero esta era como si la hubieran elevado a su máximo exponente. Lo cual era raro porque Adara tenía la habilidad de ver como normales las cosas más extrañas.
—La piel que encontré el día que te conocí —murmura todavía en shock. Parpadea, traga saliva y abre la boca para hablar. La cierra sin decir una palabra y arruga el gesto como si le doliese físicamente lo que quiere decir. Maris nunca la ha visto sufrir así. Vuelve a abrir la boca y al tercer intento parece que decide empezar de otra manera. —Esas leyendas siempre cuentan que las selkies a las que obligan a vivir en tierra son infelices. —inspira hondo intentando recoger algo de valor. —Puedo… puedo ir a por tu piel, yo…
Cuando Adara se levanta del sofá, Maris parece comprender de pronto todo lo que está diciendo. Ni siquiera piensa en agarrarla del brazo antes de hacerlo. No quiere su piel para nada, ya no. Ahora lo que no quiere es irse y no sabe cómo decirlo.
—Tengo que… —intenta soltarse Adara, pero su voz es un murmullo débil y el nudo que se le ha puesto en la garganta no la deja continuar. —No puedo obligarte a quedarte aquí. Por favor…
—Quiero quedarme aquí. Quiero quedarme contigo. Que me sigas enseñando cosas. Que me sigas enseñando quien soy y quien puedo ser. Por favor. Si me acercas mi piel me obligarás a irme. Y entonces para mi si que se cumplirá el final trágico de las leyendas.
—Quieres… quedarte —murmura Adara con un hilo de voz. Luego, poco a poco empieza a reírse, y aunque su risa es tan suave como siempre tiene un punto nervioso y aliviado a la vez.
Maris la mira sin saber muy bien cómo reaccionar. Todavía no sabe ubicar esa risa porque nunca antes se la había escuchado a nadie. Cuando la chica consigue calmarse lo suficiente la mira. Y Maris sabe que antes también la miraba de una forma similar pero no tan abiertamente. Y esa mirada le hace cosquillas en el estómago y que su corazón lata más rápido.
Una sonrisa suave se extiende por los labios de Adara y la mirada en sus ojos se intensifica. Maris siente que tiene algo que decir, que hay unas palabras que explican ese sentimiento que hace que el corazón no le quepa en el pecho. Pero no sabe cuales son y eso la frustra.
—Quieres quedarte —murmura Adara como si todavía no se lo creyese. Su expresión es de pura felicidad, con los ojos muy abiertos y una sonrisa floja.
Y como si de una descarga se tratase, Maris se da cuenta de que la forma en la que Adara la esta mirando es con amor y cariño y que es eso mismo lo que hace que su pecho se caliente al mirarla cocinar o hacer sus joyas con esa cara de concentración que pone. De la otra cosa que se da cuenta es que no lo ha adivinado antes porque todo el supuesto amor y cariño que había recibido antes no era tan puro ni bien recibido. Ahora entiende la incomodidad que sentía. Esa posesividad la ponía tensa, como si estuvieran esperando a que hiciera algo mal para abandonarla y dejar de sentir cariño por ella.
Pero todo eso no lo nota en Adara. Lo único que ve en ella es amor por quien es y ganas de ayudarla a descubrirse entera.
Otra de las cosas en las que acaba de caer en cuenta mientras la mira fijamente desde esa nueva perspectiva, es que acaba de aprender lo que es sentir atracción por alguien. Ese sentimiento que tenía antes hacia los hombres no tiene nada que ver con el que siente ahora por Adara, totalmente abrumador. No es capaz de compararlo con nada que haya conocido.
La colisión del cuerpo de Adara contra el suyo la saca de ese trance en el que había entrado. La chica la abraza y luego la mira desde lo que Maris considera muy cerca. ¡Sus narices están a punto de tocarse! No puede estar tan cerca de ella, todavía no ha sido capaz de procesar que la quiere.
—Te quiero —murmura Adara como si hubiera leído su mente.
Maris sabe que es su turno de decir algo, darla una respuesta. Pero se ha quedado totalmente en blanco. Es la primera vez que no sabe cómo reaccionar. Siente a Adara demasiado cerca como para pensar, lo único que puede hacer es perderse en esos ojos marrones y en el ligero olor a mar que desprende.
—¿Puedo besarte? —pregunta demasiado cerca de sus labios.
—Siempre que quieras —se escucha responder Maris antes de poder entender la pregunta.
Los labios de Adara son suaves y cálidos y mandan un cosquilleo agradable por todo el cuerpo. Es un beso casto, en ningún momento los labios se mueven más allá que para separarse pero deja a Maris con ganas de más. De mucho más. De muchos más. De descubrir todo lo bien que se puede sentir un beso deseado.
***
Adara no ha hecho nada más que besos castos, caricias inocentes y cogerla de la mano por dos semanas. Maris quería probar más. Nunca había tenido tantas ganas de probar a tocar a otra persona. Cuando siente a Adara meterse en la cama, se incorpora. No sabe cómo preguntar por lo que quiere pero si que es ella la que tiene que dar el paso.
Adara la mira con una clara interrogación en sus ojos.
—Tú… —empieza Maris no sabiendo muy bien cómo continuar. —¿Tú quieres tener sexo conmigo?
Adara parpadea lentamente, como si estuviera intentando descifrar algo dentro de su cabeza y le faltase una pieza clave.
—Bueno, sí.
—Y no has dicho nada porque…
Adara se queda callada un momento. Maris sabe que debe de estar cansada, han tenido mucho trabajo esta semana, pero no puede esperar más.
—Porque entonces ibas a sentirte obligada y yo puedo esperar. Quería que saliera de ti. Que tú quisieras hacerlo y que lo desearas. Si tú no quieres o no te sientes cómoda haciéndolo yo tampoco quiero. Hay más placer para ambas partes cuando se habla y se quiere.
A Maris se le escapa un “oh” pequeñito. Pedir lo que quieres y preguntar lo que desea la otra persona, eso que nunca le había pasado antes. Y cae en que nunca se ha preguntado lo que quiere, lo que para ella se siente bien. El sexo para ella siempre ha estado bajo unos términos que no se sentían bien y que le eran incómodos.
—Nunca he estado con una mujer —murmura. —No sé que es lo que se siente bien ni lo que no me gusta.
—Si lo que te preocupa es no darme placer, yo te puedo enseñar lo que se siente bien para mi. Si lo que te preocupa es no saber que quieres, podemos investigar y probar y siempre puedes negarte a continuar si algo se siente incómodo o mal o simplemente no es lo tuyo —el tono de voz calmado y suave de Adara calma todos los miedos y dudas que podía haber en la cabeza de Maris.
La selkie se encuentra leyendo entre líneas que Adara no se va a enfadar porque necesite detener algo, ni porque haya algo que no le guste, ni porque un día no quiera hacerlo.
Juguetea con un trozo de la sabana, arrugándola en el puño, alisándola después para volver a encerrarla entre los dedos.
—¿Estás muy cansada? —pregunta a la vez que sus mejillas se tiñen de un rojo suave. —Si tú quieres, no me importaría empezar a probar. Y a que me enseñes lo que te gusta.