9 nov 2023

Mar de organza (capítulo 1)

Reyes entra en el estudio con pasos largos, agitando la tablet. La blusa ondea detrás de elle, todo tela ligera y translúcida.

Ya ha salido.

En cuanto cruza la puerta, el dispositivo se conecta con la pantalla que tienen en una de las paredes y aparece el folleto de un concurso de arte. Está promocionado por la gala benéfica Hijos de la Tierra que se celebra todos los años.

Este año es el agua.

Alexis se acerca a la pantalla para leer mejor lo que pone en el flayer, y cuando termina se gira ligeramente hacia su compañero.

Pon la página de la gala. Ahí habrá mas información. Y estará el link para inscribirse.

Reyes pellizca la pantalla y la imagen se hace pequeña hasta que salen todas las otras aplicaciones que tiene abiertas. Toca un rectángulo aparentemente en blanco y este se amplía hasta que aparecen las bases del concurso.

En la primera línea, justo debajo del título y resaltado en rojo, se lee que está prohibida cualquier cosa con software generativo y que se castigará duramente si se da el caso de que llegue algo. Más abajo especifica como quiere el jurado la memoria del proyecto y cuando se entrega, el premio y otros puntos que ya conocen de veces anteriores.

¿Te encargas tú de la memoria? pregunta Reyes con tono esperanzado.

Alexis asiente distraídamente todavía leyendo el resto de la página. Siempre lo hacen así. Reyes se concentra tanto que se olvida hasta de comer en algunas ocasiones y continúa avanzando sin siquiera acordarse de anotar una misera tela o técnica que estén utilizando.

Lo encontré. El plazo para apuntarse dura 24 horas y se abre dentro de una semana. Me pongo una alarma para que no se nos olvide.

Trastea un par de segundos con su reloj y vuelve a levantar la mirada y a escanear el monitor.

Propongo que nos apuntemos las ideas principales para ponerlas en la pantalla mientras estemos trabajando. Así no las perdemos de vista.

Alexis coge su propia tablet. Hace girar el lápiz táctil entre los dedos de esa manera que Reyes siempre se queda embobade antes de abrir la aplicación de notas y ponerse a escribir. Al minuto, la pantalla de la pared se divide y al lado de la página de las bases aparece la bonita y cuidada caligrafía de Alexis.



Después, Alexis enciende el proyector de la mesa de corte. Reyes conecta su tablet al proyector y abre la app de collage que utilizan para hacer las tormentas de ideas. Se la pasa a Alexis para que coloque él todo de forma entendible según vayan metiendo fotografías, dibujos e información.

Alexis es de esas personas a las que en la universidad todo el mundo le pedía los apuntes. Eran de colores, con la letra redonda y perfectamente legible, bien sintetizado y los puntos más importantes subrayados. Llegó un momento que era casi imposible caminar por los pasillos sin que le parase alguien para preguntar.

Vamos por orden. Primero elegimos colores, luego formas y luego materiales. ¿Te parece?

No es una pregunta retórica porque espera respuesta pero no hay otra forma de contestarla que no sea afirmativamente por lo que Reyes asiente.

Bien. Ves pasándome los colores que te gusten.

Reyes se saca el móvil del bolsillo del pantalón a la vez que Alexis cambia de pantalla para empezar a buscar colores en la tablet. Alexis empieza a colocar en la app un montón de tonos azules oscuros y verdosos junto con su nombre y código de pantone. Reyes en cambio busca directamente fotografías del fondo marino, de animales, corales y algas.

Cuando se las pasa, Alexis le mira con cara de resignación.

¿Qué colores específicamente? pregunta.

Reyes le mira sonriendo y Alexis suspira, ya sabiendo la respuesta.

La combinación —responde Reyes igualmente.

Alexis coloca las fotografías y con la herramienta de selección de color va eligiendo los que hacen las mejores combinaciones y poniendo sus códigos.

Vale. Formas.

Y mientras Alexis coloca pulcramente las imágenes que ha recolectado de otras colecciones y está enfatizando las partes o las formas que le gustan, Reyes se dedica a pasarle fotos de medusas, peces gato, león, araña o como se llamen y corales y algas de varios tipos.

Alexis vuelve a suspirar cuando ve las imágenes. Y le mira.

Te estás quedando conmigo, ¿verdad?

No puede sorprenderte tanto. Ya sabes cómo trabajo.

Sí, siendo un desastre. Todavía no entiendo como salen cosas tan buenas de tu cabeza y tus manos.

Sí, sí, soy un desastre Reyes agita la mano para quitarle importancia, pero es por eso que trabajamos tan bien juntes. Y lo sabes continúa intentando ignorar esa última frase para que no se le suban los colores. Le deja calentite por dentro que Alexis piense eso.

Bueno. Yo diría que es más bien porque tus ideas son muy gráficas y fáciles de entender. Pero si eso te deja dormir por la noche... hace un gesto con la mano para que se acerque, mientras que con la otra vuelve a hacer girar el lápiz. Ven aquí, creo que por dónde van tus ideas pero dime tú las formas que quieres.

Reyes va a su lado y le explica las formas que había pensado con muchos gestos y moviendo mucho los brazos. Alexis apunta todas las siluetas que Reyes le va diciendo, dibujando el contorno por encima de las imágenes.

El de las algas yo creo que me ha gustado piensa Alexis en alto.

A Reyes se le ilumina la cara con una sonrisa como cada vez que su compañero dice algo así.

¿Y la cola de un pez? Tipo como la cola típica que te imaginas cuando piensas en un pez.

Reyes se lo piensa unos segundos, frunciendo el ceño concentrade.

Y la forma de las espinas, en plan, no la raspa entera pero casi propone.

Alexis hace una mueca, pero busca imágenes de eso y las coloca, con su correspondiente dibujo encima. No parece muy convencido con la idea, pero tampoco totalmente reacio. Más como si no supiera que hacer exactamente con ello.

Oh, oh, oh exclama Reyes agitando las manos como si estuviera abanicando a otra persona. En ese momento Alexis sabe que se le ha ocurrido algo que considera que es muy buena idea. ¿Y la forma del agua?

Alexis parpadea lentamente.

No creo que te estés refiriendo a la peli...

No, no dice muy serio. Digo los circulitos que parece que hace el agua. Es de las formas más comunes de pintarla.

Alexis levanta mucho las cejas con un "aah" mudo, y busca imágenes de lo que se refiere Reyes.

Materialescontinúa cuando termina de trazar la forma.

Resto del relato

7 ene 2023

Año Nuevo... ¿en familia?

 —¿Cómo vas a pasar la Nochevieja? —pregunta Luna mientras sigue enredando y desenredando los dedos entre los mechones de Alex.

Esta parpadea lentamente, como si acabase de despertarse.

—Aquí —contesta a los segundos. —A lo mejor se viene Félix a pasarla conmigo.

Luna hace un ruidito con la garganta como asintiendo.

—La gente le da más importancia a la Navidad, pero a mí me parece mejor el empezar el año con la gente que quieres. Y mi madre me ha preguntado que qué ibas a hacer —Luna habla como si su cerebro fuese a mil revoluciones por segundo y su boca quisiese alcanzarle. —En mi familia la nochevieja se celebra con mis abuelos por parte de madre y con los padres de Joel. Escuché a mi padre hablando con su madre sobre si iba a llevar a alguien así que es probable que lleve a Félix —Alex está segura que Luna nunca ha dado tantas vueltas ni explicaciones para decir algo. —A-a lo que iba. Que si quieres venir a cenar a mi casa en Nochevieja —cuando termina de hablar toma una bocanada grande. La última frase la ha dicho bajito, mezcla de la inseguridad y la falta de aire.

Alex se queda mirándola unos segundos con los ojos muy abiertos y luego se echa a reír tanto que casi se cae del sofá donde están tumbadas.

—Oh dioses, creo que nunca te había visto tan nerviosa.

Luna casi no entiende lo que dice porque no para de reírse para hablar ni para coger aire. Empieza a hacerle cosquillas con un puchero en los labios hasta que las risas no tienen sonido. Alex le coge las muñecas y las pone por encima de su cabeza. Cuando Luna se da cuenta de lo cerca que están sus labios no puede reprimir el impulso de lamérselos. No cree que se le vayan a pasar nunca las ganas de besarla.

—Si tus padres están de acuerdo por mi perfecto —y su sonrisa es tan dulce que la respuesta sarcástica se desliza de su cabeza y solo puede pensar en besarla. Y esta vez no se aguanta las ganas.

En cuanto Alex suelta sus muñecas, Luna lleva una mano a la nuca de la chica y la otra a la cintura. Tampoco puede evitar los dedos que se cuelan por debajo del jersey porque su piel es demasiado suave y necesita tocarla más que respirar.

Y es ese momento en el que suena un teléfono.

—Como sea Joel, lo mato. Parece que sabe cuándo es el mejor momento para interrumpir.

—No debe de ser porque es mi móvil —contesta Alex con una risa ahogada.

—Aleeex —Escuchan ambas en cuanto descuelga.

—Félix, cielo, ¿no había otro momento para llamar que cuando me estaba liando con mi novia?

La risa estruendosa del chico les dice que él también está pensando en todas las veces que su novio ha hecho eso sin querer.

—El caso, ¿qué vas a hacer en Nochevieja?

Alex nota como que su amigo quiere decir algo más pero no sabe si va a hablar demasiado o no.

—Luna me ha invitado a pasarla con ella y su familia.

El suspiro aliviado de Félix le dice que era eso justo lo que creía que iba a hablar de más.

—Y la has dicho que sí, ¿no? Porque realmente tengo ganas de pasar Nochevieja con Joel y con gente que no va a hacer como que me van las tías, y si dices que no vienes tengo la obligación moral de pasarla contigo y me van a dar demasiadas ganas de pegarte y muchos deseos de que te atragantes con los lacasitos.

Alex se mantiene unos segundos en silencio, que no hacen otra cosa que poner de los nervios a Félix hasta que empieza a reírse tanto que Luna tiene que volver a impedir que se caiga del sofá.

—Vas a pasarla conmigo pero no te preocupes que vas a poder darle el besito de Año Nuevo a tu novio —dice entre carcajadas.

—¿La has dicho que sí? ¡La has dicho que sí! ¡Ha dicho que sí! —le nota en la voz que se ha puesto a dar saltitos de la emoción. Esa última frase le da la sensación de que se lo ha dicho a otra persona y el sonido de beso que le llega segundos después le confirma que está con Joel. La ha debido de llamar en cuanto el chico se lo ha propuesto. —Chao —se despide Félix y cuelga antes de que Alex pueda contestar.

La chica se queda mirando unos segundos la pantalla del móvil y luego lo deja donde estaba encima de la mesita.

—¿Y que me pongo?

La sonrisa que le dedica Luna es suave pero brillante.

—Con lo que sea vas a estar preciosa.

—Ya pero no es a eso a lo que me refería. Quiero saber como de punta en blanco va tu familia.

—Cuando llegue a casa le pregunto a mi madre si se va a emocionar porque hay gente nueva o no y te mando una foto de lo que pensaba ponerme, ¿te vale?

Alex pone cara de pensarlo y antes de que pueda hacer la broma de negar con la cabeza, Luna la agarra de los mofletes con una mano y murmura un “ven aquí” que siempre significa besos y hace que se le olvide todo.


Cuando suena el timbre, Luna y Joel se miran nerviosos. Los únicos que faltan son sus parejas, porque el padre de Luna se ha llevado las llaves al bajar a tirar la basura, aunque le ven capaz de llamar al timbre solo por hacer la gracia.

Cuando abren la puerta y ven a Alex y a Félix no saben si soltar un suspiro de alivio porque ya están ahí o ponerse más nerviosos por lo guapos que van.

Luna se queda sin respiración un segundo al ver a su novia en ese vestido que puede jurar que es nuevo. Es negro y salpicado de puntitos dorados como si fuera el cielo nocturno, ajustado y con las mangas largas abullonadas a la altura de la muñeca y transparentes. Solo se acuerda de coger aire cuando la ve acercarse tanto que siente el frío del exterior en su cuerpo.

Los ojos de Alex viajan a sus labios y luego de vuelta a sus ojos y Luna contiene el impulso de lamérselos.

—¿Es a prueba de besos? —pregunta en un susurro.

—¿Qué te parece si lo comprobamos? —responde Luna con voz ahogada.


Joel ve por el rabillo del ojo a Alex echar los brazos al cuello de Luna y besarla como si no se hubiesen visto en meses. Delante suyo, Félix da un paso adelante con la cara más inocente que es capaz de poner. Está guapísimo con esa camisa gris perla que le abraza como una segunda piel y los pantalones de traje que parecen hechos a medida. Nota que lleva los ojos maquillados, lo que hace que parezcan aún más grandes y no pueda separar la vista.

—Ven aquí —dice alargando la mano hasta su nuca y tirando de Félix.

El chico se ríe pero en cuanto nota sus labios responde al beso con ganas.


El ruido del timbre saca a Luna de la ensoñación que es siempre besar a Alex. Al mirar hacia la puerta ve a su padre sonriendo y con la mano todavía en el timbre. En eso su madre asoma la cabeza por la puerta de la cocina para ver que pasa.

—Deja a los niños en paz, Paco —dice al ver la escena.

—Yo solo quería pasar, mujer.

—Ay, de verdad, ¿alguna vez has visto a los niños tan felices solo por ver a alguien? Venga chicos, pasad al salón, que no entre más frío.

—¿Podemos ayudar en algo? —pregunta Félix.

—Llegáis justo para empezar con los aperitivos —contesta el padre de Joel, que se acaba de asomar también por la puerta.

Cada uno coge de la mano a su pareja y les guían hasta el salón, donde están la madre y los abuelos de Joel, y la abuela y los tíos de Luna.

Tanto Alex como Félix se quedan helados un segundo, no esperando que hubiese tanta gente. Un apretón en la mano como recordatorio de que no están solos les hace reaccionar y empezar con las presentaciones.

—No pongas esa cara de susto, niño —le dice el abuelo de Joel a Félix. —A mi también me gustan los hombres, solo pasó que el amor de mi vida ha sido una mujer. ¿Cómo le dicen ahora a eso? ¿Bisesual?

—¿Y porque se entera antes mi novio que yo? —pregunta Joel con más indignación fingida que real.

Por su parte, Félix siente que podría llorar de alivio.

—Porque tú no lo necesitabas y tu novio sí —contesta el abuelo moviendo la mano como si no fuera importante.

Joel boquea como un pez, incapaz de encontrar las palabras necesarias para rebatirle. Al verle, Félix deja salir una risa ahogada por el nudo que siente en la garganta y a la vez llena de aire, como si pudiese respirar de verdad por primera vez.

La comida se siente tan normal para Félix y Alex que se mete de lleno en el terreno extraño. Adultos genuinamente interesados por cómo les va en la vida, preguntando por la cosas que no saben sin quitarle importancia ni imponer sus supuestos conocimientos, no haciendo de menos el no estar trabajando de lo que se ha estudiado, no poniendo en tela de juicio experiencias o realidades que no conocen o solo saben de ellas de rebote.

Se siente como algo a lo que podrían acostumbrarse, algo que no les importaría que dejase de ser ficción para convertirse en una realidad.

Antes de que se den cuenta el padre de Joel les está preguntando cómo toman las uvas y Luna está metiendo prisa a Joel para que descubra por qué la tele no se está conectando a Internet.

Cuando Alex duda, el hombre señala a Luna detrás de él y murmura:

—Ella lleva desde pequeñísima comiendo cualquier cosa excepto uvas y en los últimos años ha convencido a Joel en comerse doce lacasitos.

Alex siente como se le calienta la cara cuando dice que ella también lo hace así. A Félix le entra la risa al ver que los cuatro hacen lo mismo casi sin ponerse de acuerdo.

Las campanadas en casa de Alex con ellos dos solos, se podían definir como tranquilas en comparación con las que están viviendo ahora. Ninguno está gritando como tal pero todos están lo suficientemente emocionados como para hablar más alto de lo normal, y parece que tener la boca llena no es impedimento para ello. El resultado es que casi no escuchan a Ibai en la tele mientras cuenta.

Es cuando se terminan la última uva que de verdad estallan en gritos y vítores. Ni siquiera terminan de tragar lo que tienen en la boca cuando empiezan a darse abrazos y besos entre todos. Alex y Félix se quedan un poco apartados, no demasiado acostumbrados a tal despliegue de afecto. Hasta que llegan sus parejas a darles un beso que les deja sin respiración y después la madre de Luna gritando un “¡Me faltan mis nuevos niños!” y entonces llegan todos los demás.

Se acuestan unas horas más tarde, después de haber estado jugando a un par de juegos de mesa y otros tantos juegos de cartas. Ya en la cama, Alex es incapaz de dormir. Una parte de ella está cansada porque ha sido un día largo. La otra parte no quiere cerrar los ojos porque eso significa que este día tan fantástico habrá terminado.

—Alex, —murmura Luna medio dormida —puede que se hayan ido todos pero mañana Félix, Joel y sus padres van a volver para desayunar y van a traer churros y chocolate caliente.

Alex se abraza todavía más a ella y esconde la cara en el hueco del cuello. Luna escucha unos sollozos quedos que la despiertan de golpe, alarmada.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien?

—Ah —Alex sorbe por la nariz—, si, estoy bien, es que me han gustado mucho tus navidades. Nunca había tenido una Nochevieja así. Y por una parte me muero de envidia de que tu las hayas tenido pero por otra me alegro mucho por lo mismo. Y estoy muy feliz de poder haberlas vivido y que además haya sido a tu lado. Y ojalá poder repetirlas por el resto de nuestra vida. Y lo de los churros con chocolate es también un poco de tradición entre Félix y yo, los años anteriores que salíamos de fiesta y antes de volver a casa de madrugada pasábamos por una churrería para desayunar. Te quiero mucho.

—Yo a ti también —murmura Luna más tranquila. —Y me alegro mucho de que te lo hayas pasado tan bien y de que quieras repetirlo. A mi también me gustaría repetirlo todos los años que sean posibles.

Cuando termina de hablar, abre los ojos y ve a Alex mirándola como si fuese la diosa que cuelga las estrellas por la noche. La respiración se le queda atascada en la garganta y la única forma que se le ocurre para conseguir oxígeno es cogerlo de los labios de Alex. Y eso es lo que hace.

Y puede ser solamente su sensación pero le parece que ese beso es el que mejor sabe de todos los que ha dado. Empezar el año a su lado ha sido la mejor idea que le ha podido proponer su madre.

3 dic 2022

Bajo tu piel

 

Un collage de cuatro fotos, la primera son dos chicas de la mano, justo debajo una muñeca con varias pulseras hechas de conchas, la tercera es una piel de foca gris claro con algunas manchas en negro y la cuarta es una foto debajo del agua en una playa de agua cristalina cuando apenas cubre hasta la cintura con la luz reflejando en el agua. Delante de las fotos hay un rectángulo casi transparente en el que pone "bajo tu piel"

Adara creía que era un animal herido cuando recogió esa piel de entre las rocas. Después pensó que unos cazadores de focas habían escondido su botín para llevárselo más tarde y estuvo a punto de soltarla. Pero la piel estaba sorprendentemente limpia, sin ningún rastro de sangre, ni reciente ni seca.

Algo le decía que era mejor que se la llevase a casa y la cuidase. Luego podía poner un anuncio cerca de la playa por si alguien la estaba buscando. La acaricia distraídamente mientras piensa donde guardársela durante el camino a casa. No quiere que haya ninguna posibilidad de perderla. Por un momento se distrae pensando en lo suave que es. Ni el mejor terciopelo que estuvo mirando para un encargo era tan suave como ese pelo corto y fino.

Al final, saca todas las conchas y cristales de mar de la bolsa de tela donde los ha ido guardando, dobla con cuidado la piel de foca y vuelve a echar una a una las conchas encima mientras tararea la última canción que se le ha metido en la cabeza.

De camino a casa se va parando en todos los escaparates que le llaman la atención, algunos porque les han cambiado la disposición de la semana pasada y otros porque simplemente le gusta lo poco del interior que se ve. También se distrae buscando los pajaritos que tararean y encontrando formas en las pocas nubes que ese día cubren el cielo.

Cuando pasa por delante de la mercería donde compra la mayoría de los materiales para sus joyas revisa el móvil para ver si se le ha acabado algo. Igualmente entra, por si han traído una cadena nueva u otra pasamanería que haga que se le ocurra un nuevo diseño. Y, como si lo hubiera adivinado, hay cosas que hacen que su imaginación vaya a mil revoluciones por segundo. Pide unas muestras y luego va a una cafetería cerca de su casa. Siempre se ha concentrado mejor allí.

En cuanto tiene su pedido saca el cuaderno donde dibuja todos los diseños y los lápices. Casi está terminando el primer boceto cuando una voz tímida la interrumpe.

—Buenos días. ¿Puedo sentarme aquí?

Adara parpadea, saliendo del mundo de grafito y papel en el que se había perdido y mira hacia arriba. Una chica pálida y con el pelo marrón claro la está mirando pacientemente. Adara se queda embobada un momento con las ondas de la chica, como si la moda esa de las beach waves se hubiera llevado a una perfecta imperfección. Ladea la cabeza, recordando que la han hecho una pregunta.

—Claro —responde. La chica se sienta como si no hubiera sido una interacción extraña y Adara no hubiera tardado en contestar más segundos de los que se considera normal.

Adara vuelve a mirarla, curiosa. Es una chica más o menos de su edad, con la piel más clara y lisa que ha visto nunca. Tiene un pequeño lunar debajo del ojo izquierdo que parece casar perfectamente con sus rasgos. Es la chica más guapa que ha visto nunca, aunque la parece un poco triste más allá de la pequeña sonrisa que adorna sus labios. Tiene los ojos tan oscuros que Adara juraría que son negros.

—¿Qué estás dibujando? —pregunta la chica.

Adara se muerde el labio. Seguro que ha estado tanto rato mirándola fijamente que ha sido raro. Baja los ojos al papel antes de contestar.

—Joyas —sonríe. Le encanta hablar de lo que hace aunque siempre acabe yéndose por las ramas. —Bajo al menos una vez a la semana a la playa a recoger conchas y cristales para hacer pendientes, pulseras y collares —se lleva una mano al cuello, donde lleva un collar con cinco conchas, dos anaranjadas, la del centro blanca y las otras dos rosadas. —También cuando me lo encargan hago broches para la ropa o para el pelo. Y en la mercería de un poco más abajo tienen un montón de cosas chulísimas para hacer juegos de joyería, y acabo de pasar por ahí y tenían cosas nuevas, así que estaba haciendo nuevos diseños porque lo que han traído era muy bonito y necesitaba hacer algo con ello.

—Dibujas muy bien, y parece que expresas perfectamente lo que tienes en la cabeza —comenta la chica. —Lo siento, no me he presentado, soy Maris.

Extiende la mano por encima de la mesa.

—Adara —contesta estrechándosela. —¿Te gustaría modelar con mis joyas para las fotos de la tienda? Eres muy guapa, creo que te quedarían genial. No te puedo pagar mucho pero…

Maris se queda un segundo parada con los ojos muy abiertos. Luego abre la boca y la vuelve a cerrar antes de que salga nada por ella. Vuelve a intentarlo y a la tercera consigue hablar.

—En realidad no tengo sitio donde quedarme, acabo de llegar a la ciudad y todavía no conozco nada ni a nadie. Puedo hacer las tareas de casa a cambio. Se me dan muy bien.

—Bueno —dice Adara despacio, —si hacemos las tareas de casa entre las dos terminaremos antes que si las hace una persona sola. —se queda en silencio unos segundos— No tengo una habitación extra en mi casa pero si no te importa dormir en el sofá o compartir cama te puedes quedar.

Maris vuelve a mirarla en silencio, desconcertada.

—¿Vas… a meter en tu casa a una persona que no conoces de nada? ¿No crees que pueda ser una mala persona que quiera aprovecharse de ti? ¿Conoces lo que significa la precaución? ¿La desconfianza?

Adara ladea la cabeza y parpadea lentamente con aire inocente.

—Si te preocupas así por mí no creo que seas mala persona. Y no tengo mucho de lo que alguien se pueda aprovechar.

Maris se deja caer contra el respaldo de la silla. No se ha dado cuenta de cuando se ha inclinado tanto sobre la mesa que casi mete el pelo en la taza de té. No puede creerse la inocencia de la chica que tiene delante suya. Nunca ha visto nada igual. Y le gusta, vaya que si le gusta. Ese aire despistado la hace adorable e irresistible.

Pasan unos segundos de silencio y cuando parece que su nueva compañía no va a añadir nada más, Adara vuelve a fijar la vista en el diseño a medio dibujar. Con eso Maris entiende que no hay más que hablar hasta que suelte el lápiz un par de horas después.

Deja el lápiz sobre el cuaderno despacio y luego parpadea, como si se estuviese despertando de una siesta larga y no supiera donde se encuentra. Se queda largos segundos mirando los trazos de grafito sobre el papel con los ojos desenfocados, sin verlos realmente.

Vuelve a parpadear y ya a una velocidad un poco más normal alcanza el estuche donde mete los lápices y la goma maleable. Hasta que no cierra el cuaderno y lo guarda en su mochilita no sale del todo de ese trance en el que había entrado.

—¿Podemos pasar por la mercería otra vez antes de ir a casa? Me gustaría comprar al menos para hacer un juego de cada diseño y ver si queda como me he imaginado.

—Claro —asiente Maris como si de verdad tuviese otra opción.

***

La sigue un paso por detrás todo el camino, mirando atentamente cualquier gesto que le pueda indicar si necesita ayuda o si tiene que hacer algo. Adara va a su aire, mirando las nubes y tarareando alguna cancioncilla que no reconoce.

Cuando se queda parada unos segundos delante de una puerta, Maris contiene la respiración. ¡Ella tendría que estar ayudando! Una parte de ella sabe que es imposible, que no tiene lógica, se acaban de conocer, ¿cómo va a saber donde puede haber dejado las llaves? Pero la otra parte hace que le empiecen a sudar las palmas de las manos, diciendo que de esa manera nunca va a ser una buena esposa.

Adara se palpa los bolsillos del vestido, los de la rebeca, mete la mano en la totebag donde lleva las conchas. Luego abre la boca en una “O” como si se hubiera acordado de dónde las puso y rebusca en el bolsillo más pequeño de la mochila. Saca las llaves con un gesto triunfal y abre la puerta de su casa.

—Bienvenida a mi humilde morada —dice con una sonrisa abriendo los brazos antes de cruzar el umbral. —Por cierto —continúa mientras empieza a dejar las cosas encima de una mesa, —me he dado cuenta de que me ibas siguiendo un par de pasos por detrás. ¿Por qué?

Maris se queda helada un segundo. Nunca le han hecho esa pregunta, siempre ha sido lo que tenía que hacer.

—Es… ¿el lugar de la esposa? —dice insegura, —es irrespetuoso ir al mismo nivel que el marido. —Se calla un segundo. —Aunque tú no eres un hombre —termina confusa por no saber cómo debería actuar.
Adara se gira para mirarla y frunce el ceño.

—¿De qué siglo has salido? Puede que todavía nos falte mucho camino para la igualdad real pero eso hace mucho que ya no es así.

Maris se queda callada, sin saber que contestar. No le habían dicho nada de eso. ¿Cómo es posible que no le hayan contado nada? ¿De verdad la han mandado a la superficie sin ningún tipo de conocimiento real? Adara se la queda mirando unos segundos más con el ceño fruncido, como si hubiera un puzzle a resolver dentro de ella, pero rápido vuelve a su gesto despistado de antes.

Hace un ademán para que entre mientras deja las cosas en cualquier lado. Maris se fija en el pequeño salón que se abre desde la entrada. No se puede decir que esté ordenado, hay demasiadas cosas encima de cualquier superficie para ello, pero tampoco se puede decir que esté desordenado. Parece un caos cuidadosamente creado.

Adara señala una puerta en la que Maris todavía no se había fijado.

—Esa da a la cocina, —señala otra puerta— esa da al baño, —otra puerta— esa al taller —otra puerta— y esa a mi habitación. Esa es toda mi casa, no hay oportunidad de perderse —suelta una risa suave y cantarina que a Maris le provoca un escalofrío agradable. Nunca antes le había pasado.

***

La primera semana pasa tan tranquila y agradable que Maris se sorprende cuando Adara dice que tienen que bajar otra vez a la playa.

Una vez que la chica le enseñó cómo hacía ella algunas cosas, enseguida crearon juntas una rutina en la que fue tremendamente fácil caer. La limpieza y la cocina nunca se le habían hecho tan amenas como con Adara, que ponía su lista de reproducción por el altavoz y la enseñaba las canciones que sonaban mientras limpiaban. Cocinar era divertido y había descubierto un montón de comidas nuevas. En ningún momento había sentido la necesidad abrumadora de buscar.

Después de un par de noches en el sofá había empezado a dormir en la cama con Adara. No tener dolor de cuello bien valían los nervios cada vez que la veía meterse en la cama y acurrucarse contra ella.

Ese día hacía tanto viento en la playa que casi no se escuchan incluso estando cerca. La cara de Adara y el vacío de la bolsa le decían a Maris que no había sido la jornada más productiva y eso la hace estar incómoda. No sabe cómo ayudar, no puede hacer nada.

A la vuelta, y con la excusa de entrar en calor, Adara dice de entrar en la cafetería en la que se conocieron. Una vez les han servido el chocolate caliente que habían pedido, Adara se lleva la taza a los labios.

—Parece una cita —murmura con una sonrisa traviesa antes de beber.

Esas tres palabras aflojan el nudo que Maris siente en el estómago y hacen que devuelva una sonrisa involuntaria.

—Estás trabajando, debería ser yo la que limpie y haga la comida. Sé que te han entrado muchos pedidos nuevos.

Maris insiste de vez en cuando a pesar de que Adara siempre contesta lo mismo.

—Tú también estás trabajando, me ayudas con los pedidos y modelas mis joyas para las fotos. Además, me sirve para despejarme. Y haciéndolo juntas terminamos más rápido.

Pero entonces no seré una buena esposa, quiere gritar Maris. No quiero irme de aquí, déjame ser una buena esposa. Pero no dice nada más y simplemente se deja arrullar por los ya familiares ruidos de la cocina mientras hacen la comida.

—Desde que estás aquí la comida está más buena, ¿sabes? —murmura Adara con voz suave y una sonrisa que a Maris le hace cosquillas. —Antes se me acababa quemando muchas veces la comida porque se me ocurrían nuevas ideas o me ponía a pensar en cualquier cosa, pero como ahora estás aquí, ya no se quema nada porque siempre lo sacas en el momento justo.

Adara la está mirando de una manera que Maris no termina de saber catalogar y poner nombre. Solo es consciente de que nunca la habían mirado así antes. Y quiere ahogarse en esos ojos y estar ahí a salvo para siempre.

***

La siguiente vez que tienen que bajar a la playa hace mucho sol y no corre ni una brizna de aire. Adara lleva una pamela casi más grande que ella y un vestido vaporoso de un azul muy clarito con nubes que Maris está segura que a nadie le quedaría tan bien como a ella. Parece una nubecilla ella misma por como va bailando en la orilla jugando con las olas.

Maris aprovecha uno de tantos momentos de distracción de su compañera para meterse en el agua y nadar un rato. Nunca había podido nadar así, y aunque se siente extraño, no se encuentra echando de menos lo otro. Bajar tantas veces a la playa, poder meter los pies e incluso poder bañarse calman mucho más de lo que creía esa nostalgia del mar. Tiene la certeza que con la rutina de Adara, podría vivir muchos años así.

***

—Oye, Adara —Maris titubea un segundo antes de continuar porque de verdad, de verdad que no sabe cómo decir lo que tiene en mente.

Adara para la serie que estaban viendo, se gira hacia ella en el sofá y ladea la cabeza. Ha debido notar el tono serio e indeciso de su compañera.

—A mi, eemm, ¿me contaron? que para ser una buena esposa, esto… teníaquedarlesexoamimarido -coge aire después de decir la frase y lo contiene, esperando la respuesta de Adara. Como no dice nada, empieza a divagar, nerviosa. —Quiero ser una buena esposa para ti porque así no querrás echarme, pero no me dejas limpiar ni hacer la comida mientras trabajas, asique había pensado que podrías querer hacer e-eso y…

—¿Y si a mi no me gustase la idea de tener sexo? —pregunta Adara con voz tranquila.

Ese comentario deja a Maris boqueando, sin saber que decir. Nunca le había pasado eso, los hombres con los que había estado siempre le habían exigido esa parte, aún cuando a ella no le apetecía ni interesaba.

—No… ¿no te gusta? —pregunta con un hilo de voz.

—Oh no, me encanta hacerlo con quién amo pero no lo voy a hacer contigo si para ti es una obligación.
Adara ha contestado con un descaro tan poco habitual en ella que Maris siente como se le enciende el rostro.

—De todas formas, ya has dicho varias veces eso de ser una buena esposa —pese al tono suave y distraído de Adara, Maris tiene la certeza de que esta vez no lo va a dejar pasar.

La morena abre la boca varias veces hasta que consigue que salgan algunas palabras de ella.

—Hay… leyendas —hace una mueca, deseando que hubiese otra palabra para describir su realidad— que son reales. La de las selkies por ejemplo.

Y solo eso parece ser suficiente para que Adara comprenda porque sus ojos se abren como platos y sus labios se separan ligeramente. Maris ya había visto su cara de sorpresa antes pero esta era como si la hubieran elevado a su máximo exponente. Lo cual era raro porque Adara tenía la habilidad de ver como normales las cosas más extrañas.

—La piel que encontré el día que te conocí —murmura todavía en shock. Parpadea, traga saliva y abre la boca para hablar. La cierra sin decir una palabra y arruga el gesto como si le doliese físicamente lo que quiere decir. Maris nunca la ha visto sufrir así. Vuelve a abrir la boca y al tercer intento parece que decide empezar de otra manera. —Esas leyendas siempre cuentan que las selkies a las que obligan a vivir en tierra son infelices. —inspira hondo intentando recoger algo de valor. —Puedo… puedo ir a por tu piel, yo…

Cuando Adara se levanta del sofá, Maris parece comprender de pronto todo lo que está diciendo. Ni siquiera piensa en agarrarla del brazo antes de hacerlo. No quiere su piel para nada, ya no. Ahora lo que no quiere es irse y no sabe cómo decirlo.

—Tengo que… —intenta soltarse Adara, pero su voz es un murmullo débil y el nudo que se le ha puesto en la garganta no la deja continuar. —No puedo obligarte a quedarte aquí. Por favor…

—Quiero quedarme aquí. Quiero quedarme contigo. Que me sigas enseñando cosas. Que me sigas enseñando quien soy y quien puedo ser. Por favor. Si me acercas mi piel me obligarás a irme. Y entonces para mi si que se cumplirá el final trágico de las leyendas.

—Quieres… quedarte —murmura Adara con un hilo de voz. Luego, poco a poco empieza a reírse, y aunque su risa es tan suave como siempre tiene un punto nervioso y aliviado a la vez.

Maris la mira sin saber muy bien cómo reaccionar. Todavía no sabe ubicar esa risa porque nunca antes se la había escuchado a nadie. Cuando la chica consigue calmarse lo suficiente la mira. Y Maris sabe que antes también la miraba de una forma similar pero no tan abiertamente. Y esa mirada le hace cosquillas en el estómago y que su corazón lata más rápido.

Una sonrisa suave se extiende por los labios de Adara y la mirada en sus ojos se intensifica. Maris siente que tiene algo que decir, que hay unas palabras que explican ese sentimiento que hace que el corazón no le quepa en el pecho. Pero no sabe cuales son y eso la frustra.

—Quieres quedarte —murmura Adara como si todavía no se lo creyese. Su expresión es de pura felicidad, con los ojos muy abiertos y una sonrisa floja.

Y como si de una descarga se tratase, Maris se da cuenta de que la forma en la que Adara la esta mirando es con amor y cariño y que es eso mismo lo que hace que su pecho se caliente al mirarla cocinar o hacer sus joyas con esa cara de concentración que pone. De la otra cosa que se da cuenta es que no lo ha adivinado antes porque todo el supuesto amor y cariño que había recibido antes no era tan puro ni bien recibido. Ahora entiende la incomodidad que sentía. Esa posesividad la ponía tensa, como si estuvieran esperando a que hiciera algo mal para abandonarla y dejar de sentir cariño por ella.

Pero todo eso no lo nota en Adara. Lo único que ve en ella es amor por quien es y ganas de ayudarla a descubrirse entera.

Otra de las cosas en las que acaba de caer en cuenta mientras la mira fijamente desde esa nueva perspectiva, es que acaba de aprender lo que es sentir atracción por alguien. Ese sentimiento que tenía antes hacia los hombres no tiene nada que ver con el que siente ahora por Adara, totalmente abrumador. No es capaz de compararlo con nada que haya conocido.

La colisión del cuerpo de Adara contra el suyo la saca de ese trance en el que había entrado. La chica la abraza y luego la mira desde lo que Maris considera muy cerca. ¡Sus narices están a punto de tocarse! No puede estar tan cerca de ella, todavía no ha sido capaz de procesar que la quiere.

—Te quiero —murmura Adara como si hubiera leído su mente.

Maris sabe que es su turno de decir algo, darla una respuesta. Pero se ha quedado totalmente en blanco. Es la primera vez que no sabe cómo reaccionar. Siente a Adara demasiado cerca como para pensar, lo único que puede hacer es perderse en esos ojos marrones y en el ligero olor a mar que desprende.

—¿Puedo besarte? —pregunta demasiado cerca de sus labios.

—Siempre que quieras —se escucha responder Maris antes de poder entender la pregunta.

Los labios de Adara son suaves y cálidos y mandan un cosquilleo agradable por todo el cuerpo. Es un beso casto, en ningún momento los labios se mueven más allá que para separarse pero deja a Maris con ganas de más. De mucho más. De muchos más. De descubrir todo lo bien que se puede sentir un beso deseado.

***

Adara no ha hecho nada más que besos castos, caricias inocentes y cogerla de la mano por dos semanas. Maris quería probar más. Nunca había tenido tantas ganas de probar a tocar a otra persona. Cuando siente a Adara meterse en la cama, se incorpora. No sabe cómo preguntar por lo que quiere pero si que es ella la que tiene que dar el paso.

Adara la mira con una clara interrogación en sus ojos.

—Tú… —empieza Maris no sabiendo muy bien cómo continuar. —¿Tú quieres tener sexo conmigo?

Adara parpadea lentamente, como si estuviera intentando descifrar algo dentro de su cabeza y le faltase una pieza clave.

—Bueno, sí.

—Y no has dicho nada porque…

Adara se queda callada un momento. Maris sabe que debe de estar cansada, han tenido mucho trabajo esta semana, pero no puede esperar más.

—Porque entonces ibas a sentirte obligada y yo puedo esperar. Quería que saliera de ti. Que tú quisieras hacerlo y que lo desearas. Si tú no quieres o no te sientes cómoda haciéndolo yo tampoco quiero. Hay más placer para ambas partes cuando se habla y se quiere.

A Maris se le escapa un “oh” pequeñito. Pedir lo que quieres y preguntar lo que desea la otra persona, eso que nunca le había pasado antes. Y cae en que nunca se ha preguntado lo que quiere, lo que para ella se siente bien. El sexo para ella siempre ha estado bajo unos términos que no se sentían bien y que le eran incómodos.

—Nunca he estado con una mujer —murmura. —No sé que es lo que se siente bien ni lo que no me gusta.

—Si lo que te preocupa es no darme placer, yo te puedo enseñar lo que se siente bien para mi. Si lo que te preocupa es no saber que quieres, podemos investigar y probar y siempre puedes negarte a continuar si algo se siente incómodo o mal o simplemente no es lo tuyo —el tono de voz calmado y suave de Adara calma todos los miedos y dudas que podía haber en la cabeza de Maris.

La selkie se encuentra leyendo entre líneas que Adara no se va a enfadar porque necesite detener algo, ni porque haya algo que no le guste, ni porque un día no quiera hacerlo.

Juguetea con un trozo de la sabana, arrugándola en el puño, alisándola después para volver a encerrarla entre los dedos.

—¿Estás muy cansada? —pregunta a la vez que sus mejillas se tiñen de un rojo suave. —Si tú quieres, no me importaría empezar a probar. Y a que me enseñes lo que te gusta.



31 oct 2022

¿Pizza y peli? 10

 —Que dejavu —comenta Félix cuando Alex da la enésima vuelta al salón.

—La cagué, sé que la cagué. No tendría que haber aceptado lo que dijo así sin más. Pero no me quiso funcionar la cabeza. Llevaba tres días sin hablar con ella, mi inmunidad se agota. Y tiene toda la pinta de que voy por el mismo camino ahora —lloriquea.

—Ves a recogerla —propone Félix con aire aburrido.

—¿Y esa apatía? ¿Qué pasa, que tu novio no te contesta?

—Tiene comida familiar y sus primos le adoran. Prácticamente no le dejan coger el móvil.

—Pobrecito —se burla Alex.

—Bueno, aquí tengo sofá, manta, patatas y Netflix gratis —se encoge de hombros. Cuando Alex empieza a morderse la uña del dedo gordo, suspira y se levanta del sofá. —Ven a tu habitación. Vístete y la esperas a la salida de su turno.

Félix abre el armario como si fuera el suyo y elige la ropa por su amiga. Lanza sobre la cama una camiseta básica oscura, una camisa de cuadros roja, unos vaqueros negros y la cazadora de cuero estilo aviador que Alex adora.

—¿Y qué le digo? —pregunta cuando empieza a vestirse.

Al notar el temblor del miedo en su voz, Félix se gira.

—No me puedo creer que tengas miedo de hablar con una chica que no te ha juzgado nunca. ¡Que es Luna, por favor! Si pides hablar con ella te va a escuchar. Dila de venir aquí, si así te sientes más cómoda. Creo que todavía hace un poco de frío para quedaros a hablar en un parque por la noche. No me puedo creer que tenga que estar diciéndote esto —dice apretándose el puente de la nariz. —¿No eras tú la que me decía todo el rato que hablase con Joel?

—Sí bueno, al final os arreglasteis solitos y a vuestra manera —se defiende Alex un poco sonrojada.

Ya se sabe el dicho ese. “Consejos vendo y para mí no tengo”. Hay veces que le da la sensación de que esa es su máxima de vida.

—Y ahora te toca arreglarte con ella a vuestra manera.

—¿Y si no me quiere?

—¿De verdad tengo que recordarte cómo bailasteis el día que fuimos al bar? Que casi os coméis la boca, por todos los dioses. Que había dos dedos de distancia entre vuestros labios. ¿Y la semana pasada? ¿También tengo que recordártela?

—Eso fue porque la retaste. Y lo otro seguro que es porque la caigo bien.

—Tenía la opción de beber —rebate Félix indolente. —No me seas tan bollera por favor.

—Mimimimi.

—Venga, las converse —dice empujándola hacia la salida. —Y la bufanda y el gorro.

La enrolla de cualquier manera la bufanda y cuando va a ponerle el gorro, su amiga se revuelve al grito de “¡mi pelo!” y se lo quita para ponérselo ella antes de arreglarse la bufanda.

—¿Llaves? ¿Cartera? ¿Móvil?

Cada cosa que pregunta Félix, Alex lo enseña y se lo mete en los bolsillos.

—Esta bien. Me iré en cuanto recoja mis cosas así que no estaré para cuando lleguéis. Tú puedes —la anima con unas palmaditas en la cabeza.

Alex inspira hondo y sale por la puerta mientras se despide de su amigo.


Se echa el aliento sobre las manos por décima vez, más por nervios que por tenerlas frías. El turno de Luna técnicamente ya ha acabado y lo único que ha hecho ha sido aumentar los nervios de Alex. Siente que se le ha olvidado todo lo que podía querer decir y que no va a conseguir que salga ni una palabra cuando la tenga delante. A cada chica con el pelo mínimamente rizado que sale por la puerta le parece que el corazón se le sube hasta la garganta y su estómago decide practicar caída libre.

Al fin sale ella, con el pelo en un moño desordenado, la bufanda tapando el rapado de su nuca y unas orejeras que son todavía más llamativas en contraste con el color de su piel y pelo. Alex tiene que tragar el nudo que se ha formado en su garganta antes de poder llamarla. Luna la regala una pequeña sonrisa en cuanto la ve, de esas que le salen sin pensar. “Ahora si que tienes razones para hacer puenting, estómago” piensa Alex.

—Luna… quería hablar contigo… ¿podemos ir a mi casa? Para estar más tranquilas y eso.

—Claro.

Nunca se les había hecho ese camino tan largo a ninguna de las dos. Y solo es hasta el tercer intento que Alex consigue atinar con la llave en la cerradura, tanto del portal como de su casa. En ese momento agradece internamente que Luna no sea como Félix, que no habría perdido el momento de meterse con ella.

—Yo… quería pedirte perdón —comienza una vez que se han sentado en el sillón. Antes de que Luna pueda decir nada, Alex continúa. —El otro día acepté lo que dijiste de que Félix dijo tu nombre porque eras la única chica porque me convenía y me daba miedo decirte la verdadera razón. Pero prefiero decírtela antes de que sigas creyendo que no eres suficiente.

Alex hace una pausa e inspira hondo. Luna retuerce el bajo de su camiseta, con el corazón en la garganta y las manos heladas del miedo.

—Me… me gustas. Desde hace bastante tiempo ya. Creo que has pensado más de una vez que como es que me gusta quedar contigo. Es realmente agradable el saber que puedo ser yo misma sin que me vayan a juzgar, y, por ejemplo, los comentarios que haces cuando vemos pelis o series son realmente divertidos. El simple hecho de estar a tu lado es… arg, no sé, simplemente me encanta. No lo cambiaría por nada del mundo. Eres tan brillante, y a la vez como un remanso de paz, pero no bajes la guardia del todo que siempre puede haber un comentario sarcástico. Que parecen tener toda la intención de alejar, pero no hacen otra cosa que atraerme todavía más a ti. A querer conocerte todavía más. A continuar hablando contigo para siempre, de cualquier cosa. Me gustas. Te quiero. Mucho.

Luna se queda completamente en blanco, boquiabierta. Para nada se esperaba esto cuando aceptó acompañar a Alex a su casa. Se esperaba algo más como “olvídate del beso, que no va a pasar nunca más”. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que Alex podía tener sentimientos más allá de la amistad por ella.

No consigue que su cerebro hile dos palabras con sentido, asique hace lo único que se le ocurre en ese momento. Lo único que lleva dando vueltas en su cabeza una semana.

Se acerca gateando por el sofá. Nota a Alex tensarse al tenerla cerca. La observa morderse el labio con nerviosismo. No parece esperar lo que Luna tiene en mente porque cuando la chica la coge de la nuca pega un brinquito y cuando la gira la cabeza abre los ojos como platos al encontrarla tan cerca. Primero es un beso corto, que más que beso debería llamarse roce de labios, como si tanteara el terreno. Alex piensa que parece haberle gustado lo que encuentra porque el siguiente beso es más largo y, aunque sigue siendo suave ya no es un simple roce. Luna entreabre los labios y los mueve sobre los de Alex. Y siente tocar el cielo con la punta de los dedos. En un segundo de lucidez, le entra pánico y se separa de Luna lo suficiente para tomar aire y preguntar. Aunque lo de tomar aire decide que no ha sido buena idea justo después de hacerlo, cuando le llega el agradable olor de Luna.

—¿Eso es un sí? Por favor dime que es un sí.

—¿Tengo que recordarte que no tendría ningún interés en besar a alguien que no llama mi atención? —Luna esboza una sonrisa perezosa y habla tan cerca de los labios de Alex que cada vez que pronuncia una palabra estos se rozan. Y hace que lo único que quiera Alex sea que deje de hablar y vuelva a besarla como antes. —Y por lo visto nunca nadie había llamado tanto mi atención como tú. Joel debe de estar hasta las narices de mí por hablar tanto de tí.

Alex consigue volver a tener el control de su cuerpo y pone sus manos en las mejillas de Luna y la besa con todas las ganas que se lleva aguantado. La abraza tan fuerte que siente la risa de Luna reverberar en su pecho y también el latido de su corazón, más acelerado de lo que esperaba.


—¡Ah! Lo has vuelto a hacer —exclama Luna después de que Alex deje un beso en la palma de sus manos.

—¿El qué?

—Lo de coger mis manos así y luego dejar un beso. ¿Tiene algún significado o algo?

—Oh —murmura la chica poniéndose colorada. —Creo que lo leí en algún sitio, que era una declaración de amor de alguna tribu o algo así. Como que estabas poniendo tu corazón o tu alma en las manos de la otra persona.

Cuando Alex levanta la vista hasta la cara de su novia ve algo que nunca creería ver. Luna está totalmente roja. Se nota incluso a pesar del tono moreno de su piel, y eso la deja maravillada. Tanto que se olvida del calor de su propia cara, que se nota muchísimo más por su palidez habitual. Siente que se podría quedar viendo eternamente ese tono rojizo que han adquirido las mejillas de Luna.

—Hey, vamos al salón ¿no? Que nos hemos quedado aquí paradas… ¿Querías hacer algo en la cocina?

—Ah ¿eh? No… Solo iba a coger algo de beber.

Luna coge la mano de Alex y tira de ella suavemente hasta el salón, donde se tumba en el sofá. Se estira, cansada por todo el día y luego le hace un gesto a Alex para que se tumbe con ella. La chica se acerca a pasitos cortos y sin mirarla.

—No me puedo creer que te de vergüenza tumbarte en el sofá conmigo —se ríe Luna.

Alex la saca la lengua y luego se tumba a su lado con unas formas un poco bruscas. Luna suelta una carcajada y se abraza a ella.

—Eres muy mona, ¿sabías?

Alex se esconde en el hueco del cuello de su novia y suspira, totalmente a gusto.

—Por cierto —comenta al rato, cuando Luna creía que ya se había quedado dormida por las caricias en el pelo. —Me estaba acordando de cuando jugamos a yo nunca, y me he dado cuenta de que el tema del sexo te pone un poco tensa e incómoda. No tenemos que hacerlo si no quieres, no es tan importante. Prefiero mimos y besos y pasar el tiempo contigo y eso…

Alex empieza a hacer círculos con el dedo en la espalda de Luna, como últimamente cada vez que se pone nerviosa.

En realidad, no descartaría del todo tener sexo contigo. Joel dijo que podía estar la posibilidad de que fuese demi en vez de ace y le he estado dando muchas vueltas. Y es posible que sea eso. Quiero decir, creo que nunca he estado enamorada como ahora, así que…

Es cierto que a Luna no le termina de gustar el hablar de sexo. Lo ve como algo fuera de toda lógica. Pero luego piensa en Alex y parece que esa lógica se va volando por la ventana. Como ahora cuando se estira para atrapar sus labios y darle ese beso tan suave y que a la vez esconde mil promesas.

Se separa de ella con un salto cuando llaman al timbre. Alex se levanta jurando por lo bajo y Luna la sigue, curiosa de quien puede ser.

Ven a sus amigos en la puerta.

—¿Es que no habéis visto el Twitter? —pregunta Félix. —Han anunciado el estado de alarma y confinamiento. Espero que no te moleste Alex —termina pasando como si entrase a su propia casa.