—¿Los “nuges” estos se los puedo poner a mis nietos de postre?
Alex intenta reprimir la cara de estupefacción que lucha por aparecer en su rostro. Lleva un par de años trabajando en ese súper, pero no dejan de sorprenderla algunas preguntas que pueden llegar a hacer los clientes. Antes de preguntar que coño son los “nuges” que dice la señora, mira la caja que lleva en las manos. Nuggets de pollo. Inspira hondo, intentando que no se note mucho, y mira a la mujer en frente suya. Reúne toda la paciencia que es capaz después de siete horas de trabajo y la responde.
—Son nuggets de pollo. Yo los pondría de segundo o de plato único. No creo que de postre vayan muy bien.
—¿Estás segura, hija? Hay unos que son de leche frita, que está mu´ bueno. Yo en mis tiempos…
Alex alza los ojos al cielo con cara de exasperación. “Señora, póngase las gafas y lea, que dice claramente pollo bien grande”.
—Señora, los de leche frita están en otra nevera, cerca de los helados. Esa caja es de pollo.
Se lo aleja, entrecierra los ojos, lo vuelve a acercar, lo aleja otra vez un poquito.
—Ah pues sí mira —dice señalando donde está escrito, —lo pone aquí.
Alex se retira silenciosamente dejando a la señora hablar sola. Coloca los dos productos que lleva en las manos y huye con paso apresurado.
Rápido encuentra a Luna, una chica de su edad que entró por la misma época que ella. Cuando la alcanza por la espalda, Alex apoya su frente en el hombro de su amiga. Los mechones cortos fucsias y naranjas le hacen cosquillas en la mejilla a Luna.
—Me acaba de preguntar una señora que si le podía poner a sus nietos “nuges” de pollo de postre.
Luna hace un ruidito con la garganta, que le indica a Alex que le ha hecho gracia. La muchacha de pelo de colores levanta la cabeza y apoya la barbilla en el hombro de la otra chica. Se tiene que poner un poco de puntillas para poder hacerlo. Ya se ha recargado lo suficiente como para aguantar el cierre.
—¿Te vienes a dormir a mi casa esta noche? —murmura Alex haciendo que se muevan los rizos miel oscuro de Luna.
Ella la mira de reojo con sus ojos avellanas. Alex sabe lo que significa esa mirada, no las tiene todas consigo. Siempre se acaba quedando más tiempo del que acuerdan en un primer momento. Tampoco es como si a Alex le molestase eso; le gusta tenerla en su casa.
—Mañana es domingo, todo el tinglado este está cerrado —el aire cálido roza suavemente la mejilla de Luna —y el lunes ninguna tiene que trabajar. No pasa nada si te quedas todo el finde.
Siente que el tono de voz de Alex intenta tentarla y seducirla hacia ese plan.
Luna al principio se niega, siempre lo hace. Todavía no entiende cómo Alex se lo puede pasar bien con ella. Solo ven pelis o series, o hablan de temas que ella cree que a Alex le deben de resultar súper aburridos. A Alex le encanta el contacto físico y de Luna casi nunca sale el dar un abrazo. El nerviosismo de Alex contrasta mucho con la pasividad exterior de Luna. En un parpadeo la chica con el pelo de los colores de la bandera lesbiana se coloca delante de Luna. Hace un puchero y a Luna se le olvida todo por un momento. Demasiadas veces se ha encontrado pensando de formas bastante poco inocentes en esos labios perfectamente pintados para seguir pensando que no siente atracción. Consigue separar la vista de esa preciosa trampa para encontrarse con unos ojos oscuros que la ruegan. Luna suspira y se pasa la mano por el rapado de su nuca.
—¿Qué planes tienes?
—Pizza… una peli… o serie, lo que prefieras —la sonrisa de Alex es radiante al saber que esta vez la ha convencido, y eso la achina los ojos.
Luna siente un poco de envidia, a ella también le gustaría saber maquillarse tan bien.
—Chicas, no estáis en el descanso. Si ya está todo repuesto organizad el congelador.
Alex echa un vistazo por encima del hombro de su amiga y le hace un gesto de asentimiento a su jefe. Después, la muchacha devuelve sus ojos hacia los de su amiga, como confirmando los planes que acababan de hacer.
—Winter is coming —ríe Alex antes de entrar en el congelador.
Luna se sonríe antes de seguirla, no se ha visto la serie pero sabe casi exactamente qué pasa en cada capítulo, Alex se la iba contando según los estrenaban. También la escuchó quejarse dos semanas seguidas por el final que le dieron.
—¿Qué te parece hacernos una lista con las series o pelis que queramos ver? —pregunta Alex subiéndose la cremallera de la chaqueta naranja y verde hasta la barbilla.
El pensamiento de ambas cuando vieron los uniformes y sobretodo esas chaquetas, fue que como dos colores tan bonitos podían quedar tan feos juntos, y encima acentuarse con el tiempo.
—¿Una lista? Bueno, se puede hacer, pero tú estás más al tanto de las series y las pelis que salen —Luna está intentando cerrarse la cremallera sin éxito.
—También puedes apuntar las que quieras volver a ver —Alex se acerca a Luna y la ayuda a enganchar los dos lados de la cremallera.
—¿Chocolat?
Alex asiente.
—Es bonita. En realidad eres una romántica ¿eh?
Luna le da una sonrisa torcida pero ni lo niega ni lo afirma. Muchas veces le habían reclamado su corazón de hielo y ya que cuando lo pensaba racionalmente, sentía que no tenía capacidad de amar, podía disfrutar de las historias románticas. Había muchas que la hacían bufar y poner los ojos en blanco por lo absurdo que era, pero el tiempo le había dado la experiencia para saber elegir muy bien, y Twitter le había dado la deconstrucción suficiente para no romantizar cualquier mierda tóxica.
En cuanto entran al congelador, Luna siente la necesidad de calentarse las manos. Si de normal las tiene frías, mientras está trabajando calentaría el nitrógeno líquido. Alex las coge entre las suyas, que en contraste parecen sacadas del mismísimo infierno y cuando se han templado un poco le pone sus guantes.
—Sabes que no sirve de nada —murmura para el cuello de su chaqueta.
Separa las manos de Luna haciendo que formen un cuenco y deja un beso en la palma. Del calor que le sube a la cara siente que ya no va a volver a necesitar un abrigo nunca más. Alex la regala una sonrisa radiante y se va a recolocar las cajas. Luna se abanica con las manos y se plantea demasiado seriamente el quitarse la chaqueta. Afortunadamente, su sentido común gana la batalla. Alex por su parte, repite la escena una y otra vez en su cabeza, haciendo imposible que el color de sus orejas vuelva a la normalidad.
No vuelven a dirigirse la palabra hasta que terminan de colocar todo, cada una regodeándose en su propia vergüenza.
—De verdad que no se por qué te cuesta tanto el decir que vienes a mi casa a la primera, si tienes hasta un pijama aquí.
—Porque como me quede un par de días más a la semana te voy a tener que empezar a pagar alquiler.
Alex se ríe como si hubiera escuchado el mejor chiste de su vida. Entrelaza sus dedos con los de Luna y la brinda una sonrisa antes de tirar de ella para que entre.
—Eres demasiado tímida. Te sabes esta casa casi mejor que yo, no tienes que pedir permiso para entrar.
—No soy demasiado tímida —masculla Luna. —Además, si estoy aquí 24/7 no puedes traer a ningún ligue.
La sonrisa de Alex decae por un segundo pero Luna no se da cuenta, mirando al suelo como está.
—No necesito traer a ninguna chica. Creo que tienes una imagen de mi un poco distorsionada —la carcajada es un poco forzada pero para los sentidos embotados de Luna cuela perfectamente. —A la única persona que traería aquí es a mi mejor amigo y está demasiado ocupado con la uni y hace un par de semanas que no le veo.
Hace un puchero que a Luna le parece demasiado adorable. Luego vuelve a sonreír, con un brillo indescifrable en los ojos. Se quitan los zapatos en la entrada y Luna sigue a Alex a su habitación.
—Te quedas a dormir, ¿no? Sabes que la cama está preparada —dice a la vez que se quita la sudadera y la camiseta a la vez.
Solo se ve su espalda pero Luna tiene que hacer el doble de esfuerzo para poder contestar esa simple pregunta. Siente que su cara perfectamente podría explotar de la cantidad de sangre que se ha juntado.
—Sí… Creo que mis padres se sorprenderían bastante si aparezco por casa —deja escapar una risita.
Alex se traga un suspiro que la dejaría demasiado al descubierto. Se pone su camiseta de estar por casa y luego se gira para pasarle el pijama a Luna. Se cambia los pantalones y se va de la habitación diciendo que va a encender el horno y la tele.
“Cómo dejar de pensar que tu amiga está impresionante con la ropa más vieja de su padre y un moño deshecho @ Yahoo respuestas”, es lo primero que piensa Alex cuando ve a Luna salir de su habitación. Se muerde la piel interna de la mejilla. “Llevas pensando eso desde la primera vez que la viste”, se recrimina, “podrías ser más creativa con el adjetivo, ya que eres demasiado bollera como para pensar en otra cosa”.
Luna se sienta de la forma tan característica que tiene, primero subiendo un pie al sofá y luego el otro de espaldas a este, quedando en cuclillas. Coge el mando y empieza a pasearse por el catálogo de Netflix.
—¿Alguna preferencia para esta noche? —pregunta sin mirarla.
—Cualquiera que ya hayamos visto, estoy muy cansada, no me apetece tener que prestar demasiada atención.
Acaban poniendo Los Vengadores: El soldado de invierno, peli que han visto cada vez que no les apetecía pensar demasiado pero ver algo entretenido. Ya casi se saben todos los diálogos.
—Si yo hubiera dirigido esta peli, ahí se habrían liado Ironman y el Capi —comenta en un punto Alex.
—Si fueras directora, no habría nadie hetero en tus pelis —se ríe Luna.
—Que va —Alex abre la boca fingiendo estar ofendidísima.
Luna la mira y alza una ceja, con el asomo de una sonrisa en los labios.
—Podría haber algún hetero pero no puedo asegurar que fuese a ser cis —ríe Alex pinchándola con un dedo en el costado.
En cuanto las manos de Alex tocan a Luna, esta empieza a reírse y retorcerse sobre el sofá, intentando huir. No sabe cómo pero parece que sus dedos encuentran todas las cosquillas de su cuerpo.
Las manos de Alex paran, y con ellas las carcajadas de Luna, cuando suena un móvil. Se quedan mirándose a los ojos, demasiado cerca la una de la otra como para poder reaccionar. Los ojos oscuros de Alex nunca le habían parecido tan atrayentes e hipnóticos, como si fueran un universo en el que sumergirse y nadar eternamente. Luna parece tener oro líquido en los ojos, que miran a Alex con un calor y una dulzura que la chica no es capaz de manejar.
Casi no es ni consciente de que se acerca todavía más a ella. Las respiraciones de ambas se mezclan en el reducido espacio que queda entre sus labios. Solo escuchan el retumbar de sus propios corazones en sus oídos, rezando cada una por que la otra no escuche el estruendo en su pecho. La película ha quedado en segundo plano, totalmente olvidada.
El segundo tono del móvil las saca de su ensoñación. Luna parpadea, percatándose de pronto de la cercanía y el calor de su cuerpo. Cree, sabe, que nunca se ha puesto tan roja tan rápido. Alex se aparta torpemente con la cara totalmente colorada. Balbucea un lo siento poco sentido. Luna se levanta vocalizando un “no pasa nada” y frotándose la nuca. Coge su móvil y mira quien llama. “Me cagüen toda tu vida y estampa, Joel”, piensa mientras descuelga.
—¿Qué diablos quieres?
—Pero qué saludo de mierda es ese, princesa —contestan con sorna al otro lado.
Luna se acerca a la puerta del balcón y Alex ya no puede escuchar más. Pero su atención se fija en la nuca de su amiga, que queda al descubierto por lo grande que le queda la camiseta. El tatuaje que tiene justo donde acaba el cuello y empiezan los omóplatos da la sensación de ondularse cada vez que cambia de postura. La luna y el sol, formando el Yin y el Yang parecen girar uno contra el otro, siguiendo un baile atrayente e hipnótico.