Luna sale corriendo de los vestuarios en cuanto termina de cambiarse. Se despide de Alex con un “adiós” vago gritado desde el dintel de la puerta. Alex sale casi detrás de ella, después de calzarse las zapatillas.
Justo llega a la salida para ver a Luna tirarse a los brazos de un chico moreno. Él la abraza con fuerza y deja un beso en su frente. Luego, rodea sus hombros con el brazo y Luna pasa el suyo por la cintura del chico.
—¿Puedes quedar? —murmura con un hilo de voz.
Félix intuye que algo va bastante mal y enseguida contesta:
—Claro. ¿Dónde estás? ¿Voy a tu casa?
—Acabo de salir del trabajo. Voy directa a casa.
A Félix le choca el tono con el que habla. Lo ha escuchado demasiadas pocas veces, en momentos demasiado malos. Cuando sus padres la dijeron que no querían saber nada más de ella, por ejemplo, yéndose al pueblo y dejándola esa casa demasiado grande para que no dijera nada.
Se deja caer en el sofá en cuanto entra. No tiene fuerzas ni para pensar en hacer algo de comer. Consigue levantarse cuando llaman al timbre y solo porque sabe que es Félix. Nada más abrir la puerta le abraza fuerte, como el pilar que lleva siendo desde que se conocen. La agarra de la cintura y la arrastra dentro de casa, cerrando la puerta detrás de él. La deja sentada en la mesa de la cocina y luego va directo a guardar el chocolate que ha comprado en la nevera. Las bolsas de patatas las deja encima de la encimera.
—No has comido, ¿verdad?
Alex niega casi imperceptiblemente, pero es suficiente para que Félix lo vea.
—Voy a hacer comida para mí también.
No pide permiso, no lo necesita. Se mueve por la cocina como si fuese su casa de toda la vida y sabe perfectamente dónde está todo lo que quiere utilizar. Cuando termina, sirve dos platos y pone uno delante de Alex y otro en el sitio en frente de ella. Coloca los cubiertos y se sienta en el sitio libre.
—Alex, come —ordena con voz suave. —Come y luego me cuentas lo que ha pasado.
—No eres gilipollas —contesta Félix endureciendo la voz.
—Por dios Félix, que me he enamorado otra vez de una chica con novio —su voz se rompe en un punto de la frase y sus ojos se cristalizan.
Parece a punto de echarse a llorar pero en vez de eso pincha los macarrones con furia y se los lleva a la boca. Hace tiempo que se juró no volver a llorar por un amor imposible y está determinada a cumplir la promesa. Vacía el plato casi sin saborear la comida y se levanta de la mesa enfadada consigo misma. Recoge su plato y el de Félix, que también ha terminado, y los lleva a la pila. El chico se levanta detrás de ella y la abraza de nuevo en cuanto se vuelve. Alex se aferra a su camiseta, su ancla que no deja que se hunda en sitios que no quiere regresar. Se quedan allí abrazados, de pie en la cocina, hasta que Alex siente que la tensión abandona sus músculos y el cansancio, tanto emocional como físico, arrasa con ella. Se deja guiar hasta el sofá y se desploma sobre este en cuanto ya no tiene el soporte de Félix.
—He comprado chocolate, ¿quieres?
Alex niega con la cabeza.
—Prefiero la cosa esa fría para la cabeza. La siento como si hubiera estado llorando dos días sin parar.
—Eso es por aguantarlo. Llorar es bueno, llevo diciéndotelo casi desde que te conozco. Te consume demasiado reprimirlo.
—Cállate. La chica de la que llevo enamorada más de un año y medio tiene novio y me entero ahora —gruñe en bajito. —Debería haberlo sabido cuando escuché la voz de un chico llamándola princesa.
Si Félix se hubiera dado la vuelta dos segundos antes no la habría escuchado, pero lo ha hecho y se le escapa una risita.
—Es la primera vez que lo admites —canturrea mientras va a por el gel frío que ha pedido antes Alex.
Cuando vuelve, lo deja caer sobre la cara de Alex, haciendo que suelte un quejido. Se sienta en el sofá lo más cerca que puede de su amiga y esta le pasa las piernas por encima de los muslos. Félix se entretiene acariciando las piernas de Alex y dibujando filigranas invisibles que solo dejan un cosquilleo sobre la piel de la chica. Hace tiempo que descubrieron que a ambos les relaja eso.
—Creo que antes de asumir cualquier cosa deberías preguntarle a tu amiga si tiene novio o quién era el chico ese. Es posible que todo sean paranoias tuyas y demasiada imaginación, que de eso no te falta.
Félix espera unos segundos, como queriendo que cale el mensaje y cuando Alex hace un ruidito de confirmación, que para él significa que lo más probable es que haga lo que dice, continúa hablando con voz suave y tranquila hasta que nota la respiración pausada de Alex.
Luna y Joel van dando un paseo hasta la pizzería más cercana a sus casas, esa típica de barrio que ya les conoce hasta el dueño. Una vez han pedido, Joel mira a Luna insistentemente.
—Hoy no soy yo el que tiene cosas que contar, me parece a mí —comenta.
Luna frunce los labios, no sabiendo cómo empezar a soltar lo que tiene en la cabeza.
—¿Cuándo nos vais a presentar a las parejas? —interrumpe su línea de pensamiento el dueño, que les ha llevado sus pizzas a la mesa.
—Todavía no tenemos —ríe Joel agitando la mano.
—Uy, uy, ese todavía tiene significados ocultos.
—Bueno, Joel está muy enamorado de alguien de su círculo de amistades —el brillo de los ojos y la sonrisita que le dedica a Joel se complementarían perfectamente con unos cuernitos y una cola de diablillo, encantada de que la atención no esté en ella por un rato más.
—Pero qué calladito te lo tenías —la sonrisa del hombre es divertida—, y dime, ¿quién es el afortunado? ¿Es un amigo de clases? —Joel niega con la cabeza —¿De la universidad entonces? —El pobre muchacho se pone tan rojo que el dueño no necesita preguntar mucho más para saber quién es. —¿El chico con el que has venido a “estudiar” aquí?
Luna se vuelve hacia Joel tan rápido que casi se hace daño en el cuello.
—¿Le has traído aquí?
Joel apoya el codo en la mesa y luego la cabeza en la mano, ocultando su boca. Pero sus ojos sonríen y el sonrojo solo ha bajado un par de tonos.
—Pero no estamos saliendo, ni siquiera sé si le gusto —aclara antes de que el dueño empiece a imaginarse cosas.
—Seguro que sí —el dueño hace un gesto con la mano, como quitándole importancia al asunto. —¿Y tú? —pregunta volviéndose hacia Luna.
Ahora es su turno de ponerse colorada.
—No sabes… —repite despacio Joel separando un trozo de su pizza.
Luna se remueve en su asiento un poco incómoda. No sabe. No sabe nada. O al menos, así lo siente. Siempre se pregunta, ¿en qué se diferencia el amor de la amistad?
—Nunca me ha atraído nadie, lo sabes. El crush que tenía contigo de pequeña era más platónico que nada —Joel asiente, consciente de todo ello. —¿Entonces porque me atrae tanto ella? Es como si hubiese un hilo invisible que me une a ella y no puedo dejar de prestarla atención y de seguirla con la mirada. Te juro que no lo entiendo.
Luna le pega un mordisco agresivo al trozo de pizza que ha cogido.
—Ya me lo plantee en su momento —vuelve a hacer una mueca —, pero no sé. Quiero decir, nunca me ha atraído nadie. Como mucho para un par de besos. Pero ella… —se aclara la garganta —bueno, verás —suelta una risita hueca —, si solo fueran un par de besos…
—Uy uy uy —la voz de Joel se agudiza imitando a las marujas del barrio, entre divertido e interesado. —Cuéntame, quiero saber. Yo te he contado muchas cosas de esas.
—No te voy a decir, tú, fantasma.
—Oye —se escandaliza Joel —¿cómo que fantasma? Yo especifico cuando son fantasías y cuando es real.
Luna alza una ceja.
—Lo que no quita que la gran mayoría sean fantasía —termina Joel a regañadientes. —El caso, que esto no va de mí. ¿Qué ha pasado ahora para que te estés planteando esto?
—Ugh, nada nuevo realmente. Llevo planteándomelo casi desde que la conocí. Lo tenía todo súper claro hasta entonces.
—A lo mejor no te habías enamorado de verdad hasta que la conociste y el resto eran crushes chiquititos. Como el que tuviste conmigo, platónicos.
Luna mira fijamente a Joel, planteandose de verdad esa posibilidad.
Resopla una risa.
—Es un poco triste ¿no? No haberse enamorado hasta los 22.
Joel se encoge de hombros y se lleva a la boca un trozo casi entero de pizza. Mastica y traga, pero aun así sigue teniendo la boca medio llena cuando habla.
—Es tan cliché lo que dices…
El chico se vuelve a encoger de hombros, divertido por el comentario de su amiga.
—Eres lo más antirromántico que ha pisado la tierra.
—Te contrarresto, que tú vas soltando corazoncitos y arcoiris a cada paso que das.
Joel la saca la lengua, tratando de no reírse.
—Eres un cursi —le acusa Luna —, cuando te consigas novio va a acabar vomitando arcoiris.
—Hombre… hetero no iba a ser… —se ríe Joel.
Luna acompaña su risa pero rápido se queda callada. Continúa comiendo con la mirada baja.
—Tienes miedo —se sorprende Joel. —Aceptaste con mucha naturalidad la falta de atracción, pero ahora tienes miedo.
—Estoy acojonada —contesta Luna entre dientes. —Sabes que siempre le he tenido pánico a los cambios y, sinceramente, este es uno muy grande.
—Pero tampoco te estás resistiendo.
Luna se sonroja.
—Me gusta demasiado estar con ella como para alejarme —guarda silencio unos segundos, como pensando. —Creo que solo necesito un tiempo para aceptar la idea que dices tú —murmura.
—¿De ser demi?
Luna da una cabezada como asentimiento y continúa comiendo. Joel sonríe de medio lado, con cariño.
Y cambia completamente de tema. Sabe que tiene que dejarla su espacio para asimilar las cosas.
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