12 nov 2021

Punto de encuentro


Bzz bzz.

—Nere, vuelve que se te cae el cielo encima.

Chasqueo la lengua y miro al cielo, valorando si puedo ir un poco más allá.

Me echo la mochila al hombro y doy media vuelta, no queriendo tentar al tiempo.

Al llegar cruzo la alambrada caída y llego hasta la puerta. Empujo pero ya está cerrada.

•ーー••••ー•• Marco por el interfono que lleva instalado años.

—Ya te abren —me dice Jon por la radio.

En seguida veo a Fahd bajando las escaleras.

—¿Has visto algo diferente hoy? —pregunta incluso antes de tirar de la puerta.

—¿Las noticias del Barco no tendrías que pedírselas a Jon? —le contesto al muchacho moreno de 15 años que me mira esperanzado.

—A eso ha ido Héctor —una pequeña sonrisa sale en sus labios al mencionar al otro muchacho.

—Por mi parte no hay novedades, lo siento —le digo poniéndole una mano en la cabeza y despeinándole.

En cuanto aparto la mano él se pasa la suya por el pelo y luego agita la cabeza.

—¿Que tal tus palmas? —pregunta.

Me coloco bien la mochila sobre el hombro y se las muestro. No hay sangre en las vendas.

Asiente levemente y sube las escaleras. Le sigo de cerca.

Al vernos aparecer Miriam se levanta, dejando lo que estaba haciendo. Me quito las gafas y me bajo el pañuelo que cubre mi cara.

—¿Cómo ha ido?

Niego con la cabeza.

—Cada vez hay menos cosas útiles que poder recoger. Además de que según Jon, hoy va a haber lluvias torrenciales.

Miriam me coge la mano y me da un ligero apretón. Yo me la llevo a los labios y la doy un beso en el dorso.

—No tiene pinta de que sea solo para hoy —comenta el aludido apareciendo por el pasillo.

Héctor va detrás de él, pero se adelanta cuando ve a Fahd. Le abraza por los hombros y se queda ahí, apoyado.

Fahd me coge la mano que no tengo ocupada y suelta las vendas dejando ver los cortes sin sanar.

—Héctor, ves a buscar para limpiarle las heridas, Yolanda está haciendo el inventario, ella sabe qué darte.

El deja un beso en la nuca del joven y se va a la habitación que usamos de almacén.

—No hay nuevos cortes en las muñecas… 

—No —digo firmemente enseñandole la otra muñeca también, sin soltar a Miriam.

Ella se recoloca el shayla incómoda, como cada vez que sale este tema. La doy un apretón en la mano, un “no te preocupes” mudo.

Héctor vuelve seguido de Yolanda.

—¿Cómo lo ves, Fahd? —pregunta en cuanto se posiciona a su lado.

—No parece estar infectado y el pus ya lo sacamos hace unos días.

Yolanda me pone una mano en la frente y la otra, palma sobre palma, sin rozarme siquiera.

En seguida retira ambas manos.

—No tiene fiebre. Y como tu has dicho, no está infectado, solo lo tienes un poco inflamado. Deberías descansar unos días, hasta que se cierren las heridas.

—No puedo —Yolanda me mira con resignación —Sabes que no puedo —sostengo su mirada y ella suspira.

—Lo sé. Pero si sigues así aunque llegue el Barco no te lo voy a poder curar.

—De todas formas, Nere, no vas a poder salir mañana —dice Jon. Se da dos golpecitos en la sien, donde está su biosense  —Ha bajado mucho la presión. No vas a poder salir.

En un segundo siento que todo el aire de la habitación se acaba. Boqueo, intentando respirar.

Miriam me obliga a mirarla, sujetando mi cara con sus manos. Su piel siempre ha contrastado con la mía. Pasa su pañuelo por mi cabeza también, para obligarme a que me centre en sus ojos negros.

—Como si me tengo que pasar todo el día contigo manteniéndote ocupada —susurra—. No voy a dejar que te ocurra nada incluso si tengo que estar en tu mente las 24 horas.

Se me escapan un par de lágrimas traicioneras que la descubren los nervios y la tensión que tengo ahora acumuladas en mi cuerpo. Ella me besa, dejándome saber que va a estar para cualquier cosa que se presente. Se separa lentamente y me dedica una pequeña sonrisa cómplice. Y yo caigo más por ella.

Nos saca de nuestro pequeño escondite personal retirando su pañuelo de mi cabeza y recolocándoselo en la suya.

—Y ahora ves a que te limpien y cambien las vendas de las manos.

—¿Puedes hacerlo tú? —oigo a Yolanda preguntarle a Fahd.

Dejo un beso en la mejilla a Miri y sigo al muchacho a otra habitación que hace las veces de enfermería y que la única diferencia es que está un poco más limpia que el resto.

Me hace sentarme en el suelo y después de coger diversos botes y unas vendas cuya única cualidad es que han sido lavadas, se sienta frente a mi con las piernas cruzadas.

Primero me lava las manos con agua para echar después un líquido de olor intenso que me hace cambiar el semblante por el escozor.

—¿Cómo crees que será el Barco? —pregunta, ajeno a mi dolor.

—Me preocupa más si va a llegar o no.

—Según Jon están teniendo problemas técnicos y por eso tardan más.

—Esperemos que sea eso y no otra cosa.

El hace una mueca y se queda callado, concentrado en ponerme la venda nueva.

—Confío en que vendrá —dice cuando ha acabado con ambas manos.

Yo asiento, muda, no queriendo quitarle esa esperanza que en este mundo nos falta.

—El Barco… ¿podría ser una nave espacial? —continua —Que nos llevase a otro planeta.

—Pero eso sería dar por perdida La Tierra.

Él se encoge de hombros, poco o nada interesado en ello.

—No se como estarán otras partes del mundo pero ya viste cómo estaba el panorama mientras veníamos hasta aquí. Si ese paisaje es general poco le queda a este planeta de vida.

Le miro, no esperando para nada ese tipo de respuesta. Antes de La Tormenta esto estaba rebosante de vida. Héctor y Fahd no pueden recordarlo pues prácticamente eran unos bebes y yo ya estoy empezando a olvidarlo de ver tanta desolación.

Se levanta, dejándome sola con mi melancolía.

—Nerea —grita Jon, haciendo que pegue un bote —necesitamos el par de manos que faltan.

Me levanto y voy a donde estábamos antes. La sala común vacía me hace tener la sensación de que he viajado en el tiempo. Cuando llegamos aquí parecía que había sido abandonada el día anterior. Una cámara del tiempo, intacta desde los 2000, con una gruesa capa de polvo llena de huellas de animales que todavía no hemos logrado identificar.

—¡Nerea! ¡que estamos en la azotea! ¡Si te sigues entreteniendo no nos va a dar tiempo…! 

Aparezco por la puerta justo cuando deja un barreño en el suelo con ayuda de Yolanda. Fahd y Héctor llevan entre los dos un bidón casi tan grande como ellos. Miriam lleva un recipiente en la cabeza dado la vuelta y otros dos en las manos, todos ellos pequeños. Cojo las palanganas igual que Miri de la pila donde los dejamos. Empiezo a colocar por la esquina que me pilla más cerca, donde no están ellos.Vuelvo a coger y continuo por la pared, evitando en todo momento la puerta de salida.

—Más rápido —Jon se empieza a alterar.

Nos aceleramos todos, nerviosos. Nos empieza a llegar el olor a tierra mojada.

Tan solo hemos conseguido colocar unos pocos baldes más cuando empiezan a caer las primeras gotas.

—Adentro, YA.

Colocamos lo que llevamos en las manos lo más deprisa que podemos y entramos en el hotel. Menos de dos minutos que hemos estado bajo la lluvia y ya estamos empapados. Jon se retira el pelo de los ojos y cierra la puerta. Mientras él prepara todo para que no se salte pase lo que pase, nosotros bajamos a comprobar y bloquear ventanas y puertas. Volvemos a la sala común empezando a tiritar del frío, unos más y otros menos. Nos envolvemos en las toallas y al poco llega Jon, con la camiseta pegada al cuerpo y sin los trapos que nos protegen del calor y el sol. Yolanda, como buena mamá gallina, va con una toalla a darle un poco de calor.

Nos sentamos alrededor del calefactor. Miriam se quita el shayla y lo escurre, haciendo lo mismo después con su pelo. En seguida se vuelve a cubrir, esta vez con la toalla.

Yolanda nos sirve un té con el agua que quedaba de la lluvia anterior.

—¿Qué problema tienes tú con el agua caliente con hierbas? —refunfuña Héctor.

—Para las maamoul te tienes que esperar a que llegue el Barco —contesta Miriam sorbiendo su té.

—Ojala tengan —dice Fahd cayéndosele la baba.

—También podrían tener cojonudos —dice Yolanda.

Héctor, Fahd y Miriam la miran sin comprender. En mi casa sí que hubo esos pasteles alguna vez. En esa época no me hacían especial gracia. Estaban demasiado empalagosos.

—Son unos dulces típicos de un pueblo al norte de Madrid. Están hechos con masa de hojaldre.

—¿Qué queréis hacer cuando el Barco venga a por nosotros? —pregunta Jon cambiando de tema.

—Ver a mi padre y a mi madre —responde inmediatamente Fahd.

Héctor y Miriam asienten, dándole la razón.

—Yo después de eso me sacaría bien el título de diseño gráfico —comenta Miriam acurrucándose contra mi.

—Yo astronomía —dice Héctor emocionandose —y me convertiría en astronauta. Iría a la Estación Espacial Internacional.

Fahd le mira con orgullo y apoya la cabeza en su hombro.

—¿Y tú, Nerea? —me pregunta Yolanda al verme callada.

—¿Si viniese el Barco?... Iría con Miri a presentarme a los suegris —miro a la muchacha con una burla pícara.

Ella se pone roja y se esconde detrás de la toalla.

—¿No irías a ver a tus padres? —el tono de la mujer es de sorpresa.

—Me echaron de casa por lesbiana, no se me ha perdido nada con ellos.

—¿Los padres hacían eso? —preguntan con incredulidad Héctor y Fahd.

—Hace tiempo la homosexualidad estaba penada y era considerada enfermedad. Afortunadamente eso cambió, pero sigue habiendo mucha gente que piensa que es antinatural —Yolanda suspira. —Cuando era joven vi en urgencias a chavales y chavalas a los que les habían pegado palizas por ir de la mano con su pareja. A mi se me partía el alma.

—Pero eso ha cambiado, ¿no? —pregunta Fahd con miedo, entrelazando su brazo y su mano con las de Héctor.

—Espero que, a donde sea que nos lleve el Barco, no volvamos a tiempos pasados.

—Oye, oye, y si el Barco fuese en realidad una nave espacial que nos llevase a otro planeta —dice Fahd.

—Yolanda… deja de darle tus libros de ciencia ficción —digo.

—Yo solo le di el ebook para que estudiara los libros de medicina —se excusa ella. —Lo que haya leído después de eso ya… —continúa alzando las manos y mostrando las palmas.

—Bueno, chicas, chicos —interviene Jon, —creo que aprovechando que llueve y que está más fresco que estas semanas atrás, estaría bastante bien el irnos a dormir. Para recuperar un poco lo que el calor nos quita de sueño.

Pone las manos en las rodillas y se levanta. Se sacude los pantalones  y va a por una manta llena de agujeros “propiedad” del hotel. Se acurruca donde estaba sentado antes y enseguida su respiración se torna profunda.

Yolanda repite las acciones de Jon y pronto también duerme con ese sueño ligero de las madres.

—¿De verdad que el Barco no será una nave espacial? —pregunta Fahd un poco triste.

—Por las últimas noticias que leí antes de La Tormenta, había gente, rica, que subía de vacaciones al espacio, pero nunca he visto que hubiera movimientos masivos de gente. No creo que sea viable de ninguna manera todavía —le contesta Héctor en susurros.

Fahd hace un puchero.

—Además no consiguieron que funcionasen los cambios de tiempo que aplicaron sobre la Tierra —añado yo acercándonos a ellos.

—¿Qué cambios? No me acuerdo —dice Héctor.

—Decidieron que echando unos gases y otras cosas a la atmósfera conseguirían parar el cambio climático o no sé qué vainas —les explico. —Estaba en plena edad del pavo, no me acuerdo de todo. El caso es que la jodieron y aquí estamos.

Siento a Miriam dar cabezadas sobre mi hombro. La cojo para que se siente en mi regazo y ella se acurruca contra mí, durmiéndose completamente.

—Entonces… El terraforming ese que dicen en esos libros… ¿no es posible?

—Los libros que has estado leyendo los escribieron señoros que se murieron hace mucho tiempo. No creo que ni ahora ni antes de La Tormenta fuera posible llevar a cabo eso. Hay gente que tiene mucha imaginación y como no hay hadas ni dragones, dicen que es ciencia ficción.

—¿Que barco querríais que fuese? —pregunta Héctor en un suspiro.

—Un crucero —una risa se me engancha en la garganta. —Como los que iban por las islas del Egeo. Cuando había.

—Un transatlántico —dice Fahd con emoción contenida, —de los que te llevaban desde París a Nueva York. ¿Y a ti?

—Un portaaviones —dice muy serio —como el que tenía Japón.

Me atraganto, en un intento de no reírme por lo descabellado y su seriedad.

Héctor frunce el ceño.

—¿Y por qué no? —pregunta.

—Un portaaviones no entra en el río, ni los que hemos dicho nosotros —sonrío. —Vamos a dormir, anda.

Me acuesto, intentando no despertar a Miriam y nos tapo con la manta raída y roída que nos ha dejado Yolanda al lado.

Cierro los ojos pero el estruendo no me deja dormir. El golpeteo en las ventanas cada vez es más intenso y el aire más fuerte. Un flashazo deja sin sombras la habitación, seguido de un trueno que sobresalta a Miriam dentro de su sueño. Luz, y después oscuridad. Incluso las pequeñas luces que tenemos por la noche están apagadas. Empiezo a escuchar ruidos extraños por debajo de la respiración de los demás.

—Dime, por favor, que eso no son pasos —escucho el mumullo de Héctor.

—No pueden ser pasos, tiene que ser el agua —le respondo entre dientes.

En contra de mis palabras aprieto más contra mi a Miriam.

—¿Y si vas a investigar?

—Y una mierda —mascullo.

Una luz vuelve a iluminar la habitación. Cuento 4 segundos, esta vez ha caído más lejos. Vuelvo a escuchar lo que parecen pasos, más cerca que antes. Me acurruco contra Miriam, incapaz de darme la vuelta y mirar. Siento el corazón a mil.

—Yo no voy —murmura en seguida.

Yo niego con la cabeza, un nudo en la garganta me impide pronunciar palabra. Sería patético intentar hablar.

—¿Y si despertamos a Yolanda para que vaya a mirar?

—¿Y que te mate porque solo es la lluvia?

Héctor se queda en silencio. Yo sigo en tensión, esperando oír algo diferente a la lluvia. Una explosión, cristales rotos. Miro hacia donde están Héctor y Fahd con los ojos muy abiertos, intuyo sus formas gracias a la cantidad de rayos que caen fuera. Oigo otro ruido raro, pero es Jon levantándose a toda prisa y sacudiendo a Yolanda.

—Arriba —la voz de Jon apremia.

Héctor y yo nos levantamos dejando a nuestras parejas dormidas. Yolanda está de pie pero parece tener la mente todavía con Morfeo. Jon baja las escaleras a toda prisa y nosotros le seguimos un poco más lentos. Cuando estamos llegando escucho que da un portazo.

—Muebles, sofas, venga, antes de que el barro rompa la puerta.

Héctor y yo arrastramos uno de los mueblecitos del pasillo que debe de ser de madera maciza de todo lo que pesa. Lo pegamos a la puerta y encima Jon y Yolanda suben uno de los sofás de los abuelos, de estos que son de una sola plaza. Una vez hecho, Jon se relaja y se da la vuelta. Todo su cuerpo se pone en tensión cuando escuchamos un sonoro crujido. Nos giramos a la velocidad de la luz justo para ver que toda la construcción se nos tambalea. Otro gemido de la madera y los muebles se desplazan varios centímetros. Cuando Jon y Héctor están a punto de saltar contra la estructura, ésta para y deja de sonar. Solo entonces siento que mis músculos se destensan un poco.

—Mañana veremos los destrozos.

Subo cual zombie y me vuelvo a acurrucar contra Miriam debajo de la manta, agradeciendo su calidez. Siento que no ha pasado ni una hora desde que he cerrado los ojos.

—Nerea —me sacuden el hombro —Nerea, despierta.

Entreabro los ojos. Veo a Miriam, dormida, abrazada a mi.

—Nerea —Jon me vuelve a mover el brazo.

Le contesto con un gruñido.

—Ya, pero hay que salir ahora que todavía no pica el sol. No hay energía, creo que le ha pasado algo a los cables.

Bufo. ¿En serio me va a hacer moverme de aquí? ¿Ahora?

—Nerea, ya. Antes de que suba más la presión.

—¿Y no le puedes decir a Héctor?

—Hector y Fahd ya están en pie. Uno esperando y el otro estudiando.

Bufo otra vez. Me remuevo para sacar el brazo.

—Mi cielo —murmuro.

Ella se remueve y se acurruca más contra mi.

—Miri, cariño, a mí tampoco me apetece irme pero me obligan y necesito sacar el brazo.

—Te odio, Jon —dice todavía con un ojo cerrado y la boca pastosa.

—Ya se te pasará cuando vuelva a haber energía —replica.

Se incorpora con gesto cansino, liberándome.

Yolanda nos pone una taza en las manos a cada una. Le doy un sorbo al café y hago una mueca.

—Sí, es café soluble, no quiero ni una palabra —dice Yolanda incluso antes de que pueda abrir la boca.

Me lo bebo de un trago y al segundo pongo cara de asco.

Nos trae un plato con un poco de queso cortado en triangulitos y unas cuantas lonchas de jamón serrano. Desayunamos y después Miriam me ayuda a ponerme los pañuelos para no quemarme al salir.

Me aseguro de que nadie nos está prestando atención y le doy un besito en los labios antes de ponerme la palestina y cubrirme nariz y boca.

Héctor aparece igual de enfundado en telas que yo. Cuando Miriam le ve, se acerca a él, le quita las gafas y le baja un poco más el pañuelo que lleva en su cabeza.

—Y las gafas antes de salir, que aquí dentro no se ve con ellas.

—Sí mamá —dice Héctor alzando los ojos al techo.

Jon se pone los guantes y coge con una mano la caja de herramientas y con la otra las gafas. Yo cojo una sombrilla reforzada con cada mano. Cojo como puedo las gafas que me tiende Miriam.

Héctor se echa al hombro la otra sombrilla.

Cuando estamos a punto de salir, llega corriendo Fahd, le da un pico a Héctor y se vuelve corriendo a la planta de arriba.

—Solo ha sido un beso, desfila —dice Jon al ver que Héctor se queda plantado en el sitio.

Él frunce el ceño.

—Nunca te has enamorado —dice.

Jon se encoge de hombros.

—En su momento lo consideré como tal. Pero fue lo que llaman amor platónico.

—¿Y no te has vuelto a enamorar? —pregunta sorprendido Héctor.

—No…

—Entonces sigues enamorado de esa persona.

—No. No tengo ningún interés en una relación romántica ni sexual.

Héctor se adelanta, colorado.

—Tú mismo te defines por el nombre que se le da a lo que acabas de describir. ¿Por qué no se lo has dicho?

—No quiero que exporte mi experiencia personal al término asexual. Ahora no hay internet para contrastar experiencias, ya sabes.

Se encoge de hombros y acelera el paso, dejándome atrás un segundo. Le sigo a la carrera hasta la carretera.

Al llegar vemos que ésta está llena de tierra y los cables al aire.

Clavo una de las sombrillas en la arena, tapando la zona donde están los conectores. Jon deja la caja a la sombra y se agacha para mirar de cerca.

Calculo hacia dónde se dirige el sol y le digo a Héctor donde poner la otra sombrilla. Coloco la otra cubriendo los cables.

—Ha volado un conector como estos, Héctor —dice Jon señalando al lado de la carretera.

El muchacho le echa un vistazo y empieza a buscar por el suelo.

Jon se pone a hacer cosas en la caja de conexiones.

—El cable se lo ha llevado la corriente. Búscalo, porfa Nere —dice Jon sin mirarme.

Camino siguiendo los cables hasta que aparece otro de cualquier manera y en otra dirección. Lo cojo y vuelvo a la carretera soltando cable a cada paso que doy.

Al llegar a la altura de Jon, dejo caer la cabeza del cable a su lado.

—Me ha parecido escuchar que Héctor te necesita —comenta en cuanto oye el cable golpear el suelo.

Ruedo los ojos y suspiro. Luego inspiro hondo para coger aire incluso a través de los pañuelos.

—HECTOR —grito.

Jon se lleva la mano al oído.

—Me has dejado sordo.

Me parece oír a Héctor al otro lado de la carretera, por lo que me dirijo hacia allí, ignorando deliberadamente a Jon.

Le busco con la mirada.

—Nerea, abajo.

Echo un vistazo por el desfiladero lleno de árboles secos y le veo ahí, de pie, enseñando con pose orgullosa que ha encontrado lo que nuestro técnico le había pedido.

—¿Me ayudas a subir? —en su voz percibo que está sonriendo.

—¿Puedes alcanzar ese árbol? —pregunto señalándole un tronco que está un poco por encima de él.

Se queda callado unos momentos y luego avanza con cuidado.

Cojo una rama lo suficiente gruesa como para que no se parta y se la tiendo para que la agarre. Cuando ya la ha cogido tiro de él para terminar de subirle.

Llegamos al lado de Jon y Héctor le da el conector.

—Puedes volver al hotel si quieres —le dice.

—Hasta lueguis —grita echando a correr.

Me acuclillo junto a él, a la sombra. Aquí el calor no es tan extremadamente sofocante y asfixiante. Lo sigue siendo, pero no tanto.

—No quiero que venga el Barco —murmuro.

—Lo sé.

—A ver… cuando venga subiré con todos —suspiro —yo… quiero vivir con Miriam, sea donde sea, pero… 

—Aquí te sientes útil, lo sé, te conozco Nerea.

—Aquí nadie me obliga a saber que quiero hacer con mi vida, ni a buscar trabajo, ni a ser un miembro productivo de la sociedad —me quejo.

Jon continúa con las reparaciones sin inmutarse, pero sé que me está escuchando.

—Incluso los microbios estos saben qué quieren estudiar cuando todo esto se arregle. Pero yo…

—Estuve en tu misma situación. Todo llega, no te preocupes. Prueba cosas distintas. Al final darás con lo que te gusta.

Se me escapa un suspiro que parece que se me va a vaciar el corazón.

Observo la carretera. Me acuerdo cuando empezaron a convertir las carreteras en generadores de energía. Yo era pequeña, pero salió mucho en la tele, causaron mucho revuelo. Unos decían que era un gasto inabarcable que como país no podíamos asumir. Otros que si iba a ser el caos por todas las obras y los cortes de las carreteras. Por otras cadenas lo vendieron muy bien, decían que eran unos materiales que no contaminaban, que hacían la fotosíntesis (de pequeña flipaba con eso) y que absorbían casi un 50% de la luz. Unos días después, en el cole, nos explicaron que la luz tenía como tres partes, una visible y dos invisibles. Ya sabes, esas palabras que usas sin saber de qué va el asunto. El caso es que salió el tema y nos dijeron que los paneles viejos solo captaban una de las partes invisibles y que los nuevos absorben uno invisible y el visible.

—No mires tanto y bárrela un poco, que si no de nada va a servir que yo arregle esto —Jon me saca de mis recuerdos de la infancia.

Voy a por una de las escobas que tenemos atada fuera y comienzo a arrastrar la arena con pocas ganas. El lodo se engancha en mis botas y succiona, haciendo que me pesen todavía más.

—Echo de menos al perrito que teníamos en casa.

—En el Barco seguro que tienen un montón de esos limpiando todo.

—Ya, pero yo lo echo de menos ahora —refunfuño.

—Menudo loro estás hecha —murmura.

Termina de apretar unos tornillos y se levanta.

—Apura que va a empezar a hacer más calor.

—Podrías ayudarme —le gruño.

—En lo que voy y vuelvo tú has terminado y el sol pegará demasiado.

Y dicho eso se pone tan tranquilo a recoger y ordenar sus herramientas. Una vez terminado, cierra las sombrillas y las va sacando de la arena. Yo mientras saco la tierra de la carretera y la echo sobre los cables y la caja de los conectores, para volverlos a tapar.

—Por cierto, ¿cómo sabías que aquí había uno de estos? —le pregunto a la que doy con la escoba un par de veces en el suelo para quitarle todo el polvo.

—Lo vi cuando llegamos. Pura casualidad. Hay uno cada X kilómetros —se encoge de hombros. —Vamos, hay que irse poniendo a cubierto.

Coge su caja y una sombrilla y echa a andar. Yo le sigo con las otras dos sombrillas bajo el brazo y la escoba en la otra mano. La ato como puedo y me cambio de mano una sombrilla.

Al llegar a la puerta, Jon se aparta y me deja paso hasta el interfono.

•ーー••••ー•• Marco rápido.

Héctor nos abre casi al momento.

—Le pasa algo a la extrusionadora.

Jon suspira, deja la sombrilla en el suelo y se quita las gafas.

—Ahora subo.

Dejo las que llevo yo al lado de la sombrilla que ha tirado el.

—JON —oigo gritar a Yolanda. —¡Las botas en la entrada!

Yo me las quito antes de dar un paso más, no queriendo que Yolanda me regañe.

Cuando subo veo que está “haciendo la comida” con ayuda de Fahd. Ya tienen calentada la lata de lentejas y han hecho el poco arroz que quedaba en el paquete. Huele bien para ser comida que lleva enlatada más de cinco años. Miriam está leyendo algo en el ebook.

—¿Y si se estaban aplicando medidas contra el cambio climático, por qué pasó La Tormenta? —está preguntando Fahd cuando llego.

—¿Puedo ayudar? —pregunto antes de que Yolanda le empiece a contar.

—Puedes ir colocando los ventiladores o fregando los platos, lo que prefieras.

Posiciono rápido los ventiladores alrededor de la zona de cojines que habilitamos para comer juntos y me acerco a la pila para lavar los platos y poder usarlos. Mientras hemos estado fuera han bajado varias garrafas de agua de la azotea.

Fahd mira a Yolanda impaciente, queriendo que le cuente lo que pasó.

—Los poderosos explotaron el miedo y el egoísmo de la gente. Les hicieron creer que el cambio climático era menos importante que sus intereses. Estados Unidos, Brasil y Rusia son solo ejemplos. Sus presidentes no creían en el cambio climático y, como es obvio, no hicieron nada para frenarlo. La gota que colmó el vaso fue la decisión del presidente de Brasil de dar permiso para talar la selva amazónica por completo. Una rápida consecuencia fue que una enorme plataforma de hielo de Groenlandia se derritió lo suficiente como para resbalar de la tierra y caer al océano… 

—Y ahí se jodió todo —meto baza.

Fahd aprieta los labios pero no dice nada. Realmente no hay nada que decir.

Veo que Jon asoma la cabeza por las escaleras.

—Miriam, necesito que diseñes un sistema para sellar las puertas para que no pase el agua. Que no estamos inundados por la asquerosa moqueta ésta del suelo.

Miriam levanta la vista del libro.

—¿Es urgente?

Jon se encoge de hombros.

—Para antes de las próximas lluvias. Y que dé tiempo a imprimirlo.

Ella suspira.

—Después de comer lo hago.

***

Es el primer día después de casi una semana que podemos salir un rato y Jon ni siquiera nos deja poner un pie fuera del hotel. Estamos todos en la azotea un poco menos aburridos que estos días atrás.

Jon continúa dándole a la ruedecita de la radio, que no se la he tirado por la ventana porque es nuestro bote salvavidas.

Héctor y Fahd están hablando y riéndose apoyados en el pretil.

Oigo un ruido extraño viniendo de la radio de Jon.

—Chicos, me ha parecido escuchar algo —dice él.

—Veo una sombra a lo lejos —grita emocionado Héctor casi al momento, con su biosense activado.

3 nov 2021

El mar reclama lo que es suyo

    Debería haberme olido algo la primera vez que entré en el mar. Ese sentimiento tan intenso que me embargó; de pertenencia, de hogar. Pero era demasiado peque como para entender nada. Y menos para descifrar esas emociones y ponerles nombre. Solo conseguí echarme a llorar.

    También podría haberlo deducido cuando, en plena preadolescencia, me pillé ese rebote porque fuimos al campo en vez de a la playa. Recuerdo bien esa decisión, ahora con la distancia. Fue una de las primeras producto del pánico. El mar ya te había arrebatado a papá y no estabas dispuesta a perder a nadie más. Aun así vivimos al lado porque tú adoras el olor a salitre, la brisa fresca y húmeda y bajar al bar con tus amigas a tomar unos boquerones fritos.

    Al verano siguiente decidiste que era mejor enseñarme sobre el mar, todo lo que quisiera saber, antes de intentar alejarme. Pronto empezaste a renegar, diciendo que casi no me veías el pelo, ¿verdad, mamá?, que me sabía mejor las playas cercanas que mi propia casa. Una vez incluso bromeaste con llenar el salón de arena a ver si así pasaba un poco más de tiempo ahí.

    Siempre me decías que era peligroso, que no controlaba tanto la tabla como creía, que me alejaba demasiado de la orilla. Que un día no vería tierra en el horizonte y me perdería. Cuando me dio por el windsurf recuerdo que estuviste a punto de prohibirme salir de mi habitación. Pero sabías que era inútil. Creo que siempre agradeciste en el fondo que no me llamara la atención el buceo ni el submarinismo. Un clavo ardiendo al que agarrarte. Una forma de decirte que esos genes no eran tan fuertes; no tiraban tanto de mí. Cuando preguntaste y te dije que no me molaba eso de tener que contener la respiración o llevar una botella suspiraste aliviada, ¿verdad, mamá? Te escuché, no puedes negarlo. Igual que escuché cuando te pasaste casi toda la noche llorando, apenas recién cumplidos mis dieciocho y volví ondeando con orgullo el carné de patrón de barco. Me tiraba más el mar que la culpabilidad, lo siento, mamá. De verdad que lo siento en el alma. Sé que creías que me iba a ir y no volver nunca, pero aún sigues siendo mi puerto seguro, mi faro en medio de la tormenta. Por eso tardé tantos años en tener mi propia embarcación. Sabía que alquilar un bote era tu seguro de que volvería, porque jamás dejaría que tú pagases la multa.

    Cuando ahorré lo suficiente y me compré mi barco cambiaste de táctica. Me pedías que llevase a alguien a bordo, aunque sabías que eso no siempre era posible. Aun así rogabas. También rogabas por que tuviese pareja, alguien a quien no pudiese dejar atrás. Tú y yo sabíamos que eso no era posible; todo mi amor lo había robado el mar.

    Siempre dejabas un hatillo preparado con comida y un par de botellas de agua por si me daba por salir de madrugada. Nunca entendí muy bien esos venazos que me daban. Esa necesidad inaguantable, al nivel de los instintos primarios, de estar en el mar. Me esperabas despierta más allá de la medianoche, casi rozando la madrugada del día siguiente. Nunca me quedaba más de un día, no sé si por falta de comida o porque me llamabas con todas tus fuerzas. Me recogías del puerto, me ayudabas a amarrar el barco y de camino a casa, me contabas la historia de cómo desapareció papá, cada día una distinta. Como cuando me contabas cuentos al ir a dormir. Esas historias y esos paseos al alba los guardo muy cerca de mi corazón. Todavía no sé si con esos relatos pretendías meterme miedo o si en ellos había una pequeña parte de verdad y yo tenía que encontrarla y juntar las pistas. Cada cual era más fantasiosa. Creo que en el fondo nunca dejé de esperar que un día me contaras la historia real, que me confirmaras esos rumores que corrían por el pueblo. Pero nunca lo hiciste. Incluso cuando te pregunté directamente si tenían algo de cierto contestaste que “eran puras patrañas de viejas con mucho tiempo libre y nada mejor que hacer”. Sigo creyendo que incluso en las historias más fantásticas que me contaste había algo real de tu historia con papá. Pero eso lo he descubierto yo ahora. Tú no me diste ninguna pista, mamá. Supongo que fue para que no me pusiera a investigar y no me fuera de tu lado. Recuerdo que te dije muchas veces que podías buscarte a alguien, otra persona a la que amar de nuevo. Pero papá era demasiado inolvidable. No era que sintieses que lo estabas traicionando, era que todavía estaba demasiado presente dentro de ti. Nunca lo entendí. Llevabas más de dos décadas sin saber nada de él. Recuerdo que de peque una vez te prometí que te lo traería de vuelta. En ese momento te reíste y yo no lo entendí. Todo el pueblo decía que estaba muerto, que fue un trágico accidente en el mar. Que el mar se lo había tragado y reclamado para sí. Que ni siquiera había habido cuerpo que enterrar. Pero tú nunca dijiste esa palabra. Solo que se había tenido que ir o que había tenido que volver a casa. Como si ni siquiera hubiese sido su elección. Y ahora por fin entiendo que nunca lo fué, que siempre quiso volver. Pero él sabía que no iba a ser capaz de regresar a sus responsabilidades después de verte una vez más. Que está esperando para poder dejar todo ese peso sobre los hombros de alguien más y volver contigo en cuanto se den la vuelta.

    También entiendo por qué el agua era vida. Por qué esa necesidad de estar, de tocarla. Por qué esos impulsos. El mar corre por mis venas, tira de mí, me habla, me llama, me arrulla. Y tú lo sabías desde antes de que naciera. No te guardo rencor. Querías que creciera como una persona normal. Y en ningún momento me prohibiste ir. Entendías esos impulsos. Papá también tenía ese anhelo por el mar ¿verdad? Ojalá saber cómo lo llevó, que me diera algún consejo para no preocuparte tanto. Aunque creo que te habrías preocupado igual. Dicen que eso es lo que hacen las madres, ¿no? Preocuparse y querer incondicionalmente.

    Me has enseñado mucho de este lado del mundo, pero ahora necesito entender y aprender del otro lado. No me iré para siempre, seré como Perséfone, volveré a tu lado de nuevo. No te puedo decir fecha porque no sé lo que me espera en este nuevo mundo, solo que no me esperes pronto.

    Descubrir esto me ha provocado la misma euforia que cuando monté por primera vez una ola. O cuando fui capaz de llevar mi propio barco sin ayuda ni supervisión de nadie. O cuando pude meterme en el agua solo con el bañador después de la operación. Sabes a lo que me refiero, ¿verdad, mamá? Estabas delante en todos esos momentos, viste mi cara. Por eso te pido que no desesperes. Quiero descubrir todo esto, volver a sentir esta euforia, conocer a más gente como yo, aunque solo sea en parte.

    Dirán lo mismo que con papá. Un terrible accidente en el mar a causa de la tormenta. Una ola que engulló el barco. Puede que haya parte de verdad en eso. Y es posible que cuando vuelva a querer venir aquí tenga que ser de otra manera. Saldría un poco caro si me cargo un barco cada vez. Pero de eso ya me ocuparé más adelante. No sé si llegará el barco a nuestras costas. Si es así, no te asustes, cuando yo me caí (o me tiré, todavía no lo tengo muy claro) el bote aún estaba intacto. Solo se dió la vuelta. Yo estoy bien. Ninguna herida. Ni siquiera un rasguño. No te preocupes.

    Sentir el agua rodeándome por todos los lados se ha sentido más natural de lo que creía que se iba a sentir. Quizá sea porque no llevo nada que aumente mi peso, ni que cubra mi cara. O por no tener que pensar activamente que tengo que respirar por la boca.

    Pese a la tormenta que azota la superficie, aquí abajo hay una calma que roza lo artificial. Vienen a recogerme. No viene papá en persona, pero quien llega parece alguien importante. Las escamas de su cola resplandecen cuando la poca luz que llega choca contra ellas. Da al agua de su alrededor un aire de magia que me atrae. Igual que la piel tornasolada y el pelo decorado con corales. Algo me hace confiar en que si me acerco a ese ser no me va a pasar nada.

    Solo es necesario un beso suyo para poder respirar bajo el agua y ver claramente todo lo que tenía que enseñarme. Solo es necesario un beso para despertar esa herencia que vivía amodorrada desde que nací.

    Lo siento, mamá. Haré todo lo posible para volver a verte.

    Pero primero quiero conocer a papá.